Por Claudio Katz
29 de octubre de 2017
Cuatro temas se debaten en la militancia luego del triunfo de Cambiemos. El avance del oficialismo, la crisis del peronismo, el devenir del kirchnerismo y el futuro el FIT.
Es evidente que el gobierno logró una significativa victoria. Mejoró su perfil de las PASO, amplió su dotación de legisladores, se impuso en cinco provincias estratégicas y sumó distritos del interior. Cimentó esa expansión en un descarado sostén mediático. Nunca la prensa hegemónica estuvo tan alineada y pocas veces manipuló la información con tanto desparpajo.
El mismo servilismo se extendió a la justicia que sólo destapó casos de corrupción favorables al gobierno. Hizo desfilar por Tribunales a funcionarios de la gestión anterior, cajoneando las causas que salpican a la administración actual. De Vido y López ya están en prisión, pero Arribas, Caputo, Aranguren y la familia Macri continúan sus desfalcos.
El gobierno construyó un relato que atribuye al kirchnerismo todas las desventuras de la Argentina. Ocultó la alta participación de sus equipos en los desastres anteriores del menemismo y la Alianza. Con ese disfraz propagó ilusiones en un futuro venturoso y repitió el habitual éxito electoral de los oficialismos, en la mitad de sus mandatos.
Macri desactivó además la continuidad de las protestas sociales disciplinando a la burocracia sindical. Utilizó la chequera y las amenazas de prisión por los negocios turbios. El encarcelamiento del “Pata” Medina fue una advertencia a toda la cúpula. Aprovechó también algunos signos del prometido rebote económico. Ese desahogo se financia con el mismo endeudamiento que incubó los grandes colapsos de la economía.
Singularidades del macrismo
Cambiemos se apropió de muchos votantes de la oposición amorfa. Numerosos seguidores de Urtubey, Schiaretti o Massa optaron por el apoyo directo a Macri. Abandonaron la copia a favor de una versión original del mismo proyecto.
Al cabo de dos años de deterioro social fue importante el caudal de votos amarillos proveniente de los sectores empobrecidos. Esa convalidación electoral por parte de las víctimas del ajuste no es una novedad. Ya ocurrió durante el menemismo.
Quienes dominan la economía, controlan las instituciones y alimentan la ideología vigente suelen prevalecer también en las urnas. El capitalismo funciona de esa forma en todo el mundo. Es una ingenuidad suponer que los oprimidos están naturalmente inclinados a votar contra la derecha.
Lo novedoso en Argentina es la forma descarnada que asume actualmente el gobierno de los poderosos. Macri es un exponente directo de la clase capitalista. Expresa una variante peculiar de las distintas modalidades de la restauración conservadora en América Latina. No encarna el derechismo continuado de México o Colombia, ni el golpismo institucional de Brasil, Paraguay u Honduras. A diferencia de Temer, recurre al sufragio y no gestiona con el descreimiento que rodea a Santos o a Peña Nieto. Pero como todos sus pares preside una plutocracia contrapuesta a la soberanía popular.
Cambiemos es una construcción de marketing con pilares ideológicos desdibujados. Ha perfeccionado la tecnología del engaño, la retórica new age y las mitologías del individualismo. También utiliza el viejo arsenal del conservadurismo para recolectar votos con políticas sociales, punteros y gasto público. Carrió aporta su cuota porteña de liberalismo gorila a ese combo.
Macri no encabeza una dictadura pero construye un régimen represivo. La desaparición forzada de Santiago Maldonado desmiente cualquier parentesco con una “derecha democrática”. Con su triunfo electoral aleja el fantasma del helicóptero e imagina una reelección. Pero deberá recorrer un largo trecho para estabilizar su proyecto. El mapa del PRO no se equipara aún con la hegemonía forjada por Menen.
El ocupante de la Casa Rosada necesita un ciclo de crecimiento continuado basado en inversiones que no despuntan. Hasta el momento los grandes bancos y empresas no ofrecen contrapartidas a su apropiación de los recursos del país. Primero reclamaron fortaleza electoral y ahora demandan doblegar la resistencia popular. Macri intentará cumplir con esa exigencia.
Resistencias sociales y democráticas
En pocos países existe el nivel de luchas que se observa en Argentina. La clase dominante pretende demoler ese invalorable activo del país. El macrismo debió aceptarlo en su primer bienio y por eso recurrió al denominado gradualismo. En lugar de un shock brutal, ensayó atropellos acotados.
Las marchas multitudinarias, la CGT sobrepasada, el paro masivo y los frecuentes piquetes limitaron el alcance de la agresión. El gobierno pretende ahora utilizar su nuevo capital electoral para erosionar esa combatividad. Macri ya negocia con la burocracia sindical una flexibilización laboral que repite los nefastos parámetros de los 90.
Como ningún ataque de ese alcance se consuma sin represión, la respuesta democrática frente al crimen de Maldonado desafía los planes oficiales. Repitiendo la reacción que revirtió el dos por uno, las movilizaciones congregaron multitudes. La valiente actitud de la familia de Santiago no sólo renovó la tradición de las Madres. También permitió desplazar al encubridor juez Otranto.
Un barómetro de este impacto fue el atípico fin de campaña que generó el descubrimiento del cadáver. Cesaron los actos, imperó el silencio y el gobierno debió renunciar al festejo de su victoria. Las hipócritas condolencias de Macri desataron el repudio en vivo de la familia, y las canalladas de Carrió generaron la misma indignación.
Esa conmoción no tuvo sin embargo efectos electorales. El gobierno lucró con las sospechas de un simple ahogo en las vísperas de los comicios. Pero el caso sigue abierto y salta a la vista la culpabilidad de la gendarmería.
Macri está empeñado en apañar a los criminales, pero la reacción popular limita sus planes. Sus fuerzas policiales vacilarán a la hora de retomar los desalojos que condujeron a la muerte de Santiago.
Habrá que ver a mediano plazo cómo sobrelleva el macrismo el estigma de Maldonado. El desenlace de Kostecki-Santillán neutralizó la acción represiva y Macri ha quedado mal parado para repetir las maniobras de Menen con Carrasco o Duhalde con Cabezas. ¿Cargará con la misma cruz que abrumó a Ibarra (Cromañón) o a Cristina (Once)? ¿Afrontará como Aznar (Atocha) las consecuencias de manipular una mentira?
La crisis del peronismo
La principal novedad de los comicios fue la paliza electoral que sufrió el peronismo condescendiente con Macri. Este sector quedó desguazado por la polarización con el kirchnerismo. Quiénes explican el avance de Cambiemos por la “funcionalidad” de Cristina, no dicen nada de lo ocurrido con los justicialistas sometidos al PRO.
El peronismo ha quedado muy dividido y sin liderazgo al cabo de tres derrotas electorales que convalidaron la pérdida del bastión de Buenos Aires. Afronta un dilema sin solución. Con Cristina no puede reunificarse para disputar el 2019 y sin Cristina carece de algún referente con caudal electoral.
En este escenario se discute nuevamente si el peronismo resurgirá o enfrentará un prolongado declive. Como renació tantas veces, muchos pensadores descreen de la posibilidad de una declinación sostenida. Resaltan el alto número de sufragios que conserva reuniendo a todas sus variantes.
Pero la tesis opuesta evalúa una perspectiva de extinción como efecto retardado del 20011. Señala que el peronismo sobrevivió a esa convulsión pero podría seguir los pasos de la UCR. El radicalismo se ha desmoronado y subsiste como formación subordinada al PRO. Esa desintegración sintoniza con el desplome de muchos partidos tradicionales de Europa y América Latina.
Un desbande semejante del justicialismo podría coronar la quiebra de su columna vertebral en el movimiento obrero organizado. La aguda fragmentación entre trabajadores formales e informales ha roto ese cimiento, generando las múltiples derivas de las últimas dos décadas. Ya el movimiento piquetero fue ajeno al peronismo y mantuvo fuertes tensiones con la burocracia de la CGT.
El nuevo sector de desempleados y precarizados carece de identificaciones definidas y lealtades electorales. Sostuvo a Cristina cuando Massa arrastró a los trabajadores descontentos con el mantenimiento del impuesto a las ganancias. Pero también nutrió el reciente crecimiento de Cambiemos. Las mismas fluctuaciones se verifican en las provincias.
La fractura de la tradicional homogeneidad electoral peronista se observa también en los sectores medios bajos. Un segmento de esa franja acompaña la hostilidad al asistencialismo.
La crisis del peronismo se percibe también en plano ideológico. Frente a una identidad debilitada ya no se canta la marcha con la espontaneidad del pasado. Los candidatos justicialistas evalúan en cada ocasión si conviene reeditar o silenciar la vieja liturgia.
Esta orfandad afecta la capacidad del peronismo para adaptar su acción a la dirección del viento. Asimilaron la democracia con Cafiero, el neoliberalismo con Menen y el progresismo con Kirchner. Pero nadie sabe cómo continuar ese amoldamiento. En lo inmediato sólo existe un gran vacío, que el oficialismo profundiza con propuestas de cooptación a los dirigentes más dependientes del padrinazgo estatal.
El devenir del kirchnerismo
Cristina desmintió con una buena elección la intención macrista de consumar su demolición. Mantuvo una presencia significativa que sintoniza con la popularidad de su mandato. Pero la derrota frente a Bullrich pone en serio entredicho sus posibilidades de repetir el rumbo seguido por Lula en Brasil. Sus chances de disputar con éxito las presidenciales del 2019 han disminuido drásticamente.
Ese dato afecta la perspectiva de un rápido retorno del ciclo progresista. Quienes suponían muy próxima esa restauración olvidaron que ese periodo fue consecuencia de exitosas rebeliones populares. El eventual reinicio de esa etapa exigiría levantamientos del mismo alcance y resultado.
La mirada puramente electoral impide registrar ese trasfondo de confrontación social. Las clases dominantes apuestan fuerte por sus gobiernos derechistas y no reducen ese sostén al recuento de votos. Si no son derrotadas en la calle mantendrán por una u otra vía a sus presidentes y ministros. Los conservadores cuentan además con una base social de clase media, cuya neutralización requiere forjar fuerzas populares beligerantes de mayor densidad.
Cristina afronta esta adversidad sin definir estrategias. Nadie sabe si apuesta al liderazgo dentro del peronismo o a la construcción de una corriente de centroizquierda. En la campaña coqueteó con ambas opciones y reafirmó su intención de recrear alianzas con sectores conservadores. Esa política obstruye cualquier batalla real contra el macrismo. La retórica combativa de CFK contrasta con sus actitudes prácticas de disuasión de la lucha.
El kirchnerismo omite además una evaluación crítica de su gestión. Evita revisar por qué mantuvo los privilegios de los grupos dominantes bloqueando las transformaciones sociales requeridas para erradicar el subdesarrollo y la desigualdad.
Cristina se apoyó en la clase media progresista sin encarar disputas frontales con los caceroleros derechistas. Amplió los socorros a los empobrecidos preservando el desempleo y la exclusión. Concedió ciertas mejoras a los asalariados chocando con el movimiento sindical.
A diferencia de otros gobiernos progresistas soslayó la creación de un nuevo movimiento político. También convalidó un nivel de corrupción superior a sus equivalentes regionales. Frente a la ofensiva derechista mantuvo una actitud más próxima a la resignación de Dilma que a la resistencia activa de Evo o Chávez. En lugar de defender a Maduro frente al acoso del imperio, lo acusó de vulnerar el estado de derecho.
Unidad Ciudadana no fue concebida para frenar al macrismo en la acción directa. Pero tampoco se perfila como la fuerza electoral que permitiría desplazar a Cambiemos. Esa constatación genera replanteos en todo el kirchnerismo.
Las vertientes más radicales atribuyen muchos desaciertos al autoritarismo de Cristina. Pero ese estilo de conducción es congruente con las tradiciones del peronismo. También promueven un giro a la izquierda que incorpore componentes anticapitalistas a ese proyecto.
Pero a diferencia del chavismo, el kirchnerismo siempre convalidó explícitamente el orden burgués. Se mantuvo alejado de los viejos ideales de la “Patria Socialista” que enarboló la JP en los años los 70. Por esa razón nunca hubo espacio allí para gestar una corriente de izquierda. La trayectoria de Nuevo Encuentro ilustra ese fracaso y lo que no surgió en la última década tampoco se avizora para el futuro. Quienes bregan por objetivos anticapitalistas deberían concentrar sus energías en otro campo.
Las posibilidades de la izquierda
El FIT sumó 1.200.000 votos, incrementó un 40% el caudal de las PASO y aumentó sus bancas en las legislaturas. Aguantó la polarización en Buenos Aires obteniendo dos diputados y volvió a conquistar sorprendentes resultados en algunas localidades del interior.
Su avance en Santa Cruz retrata un procesamiento por izquierda de experiencias directas con el kirchnerismo. El éxito en Jujuy demostró cómo canalizar el rechazo al gobernador más represivo del oficialismo. El desenmascaramiento de Carrió en el debate televisivo sobre Maldonado impactó sobre un público distante de la izquierda.
El FIT consolida una presencia de varios años con identidades socialistas al alcance de la población. Refuerza un numeroso segmento militante y se ubica en la primera fila de la batalla contra el ajuste.
Esta influencia es prometedora. Sus candidatos recibieron el inédito apoyo de una franja de la centroizquierda no K. El pronunciamiento suscripto por Lozano, Bergel y Svampa ilustra cómo cierto vacío imperante en ese espacio fue capturado por el FIT. Este impensado episodio rompe con prejuicios de varias décadas.
Algunas corrientes de la izquierda independiente explicitaron en otra declaración el mismo apoyo. Este sector perdió en los últimos años la relevancia conquistada al calor del 2001. La maduración política de la militancia social, la participación en elecciones y la experiencia kirchnerista afianzaron dos ámbitos de intervención –el cristinismo y la izquierda partidaria- en desmedro de la diversidad inicial de agrupaciones.
Otras opciones persisten pero no fructifican y la concentración de la oposición en esas dos formaciones tiende a consolidarse. Como las definiciones electorales ordenan gran parte de la estrategia política, resulta imperioso clarificar convergencias con uno u otro espacio.
Ese empalme no implica aceptar el horizonte de Unidad Ciudadana o el FIT. Tampoco exige la disolución en esos campos o la renuncia al proyecto propio. Pero supone una insoslayable elección entre los dos principales senderos de intervención. Esta definición orienta la acción política más allá de cualquier controversia sobre el voto útil en una disyuntiva presidencial.
Son muy conocidas las divergencias que distancian a la izquierda independiente del FIT. La actitud frente a Venezuela y Cuba suscita tantas diferencias como la obstrucción a las tradiciones de la izquierda no trotskista. Basta registrar que ni siquiera prosperó la asimilación de dos vertientes de ese mismo tronco (nuevo MAS y MST).
Pero la forma en que pudo desenvolverse la corriente Poder Popular en la reciente campaña abre nuevos caminos para explorar confluencias. Estos empalmes serían más provechosos que el voto pasivo y de último momento por el FIT.
Seguramente aflorarán nuevas divergencias tácticas. Ha sido controvertida, por ejemplo, la decisión de votar el desafuero de De Vido en lugar de la abstención. Pero el interrogante de mediano plazo es la potencialidad del FIT para canalizar un eventual declive del peronismo.
En varios momentos de la historia la izquierda asomó como posible sucesora de ese movimiento. El justicialismo siempre fue utilizado por la clase dominante para bloquear la implantación del socialismo revolucionario entre los trabajadores. Esa penetración vuelve a despuntar luego de la experiencia con el kirchnerismo.
Es un gran interrogante la capacidad del FIT para capturar un posible giro a la izquierda. Ese frente todavía no afrontó pruebas políticas más complejas que la valiente intervención en la lucha sindical o democrática. El ejercicio de un cargo ejecutivo surgido de los comicios plantearía problemas de otro alcance. Esos desafíos estarán a la orden del día si el FIT logra consumar un salto hacia configuraciones masivas.
Estado de ánimo
Macri apuesta a la desmoralización del movimiento popular para imponer el ajuste. Esa depresión anímica es un ingrediente esencial de su estrategia. No pudo desactivar la resistencia por la convicción que exhibieron los manifestantes y los huelguistas.
Ahora busca crear una sensación de derrota e inevitable avance del neoliberalismo. Por eso magnifica su triunfo electoral, difundiendo la impresión de que gobernará junto a una imbatible ola amarilla. Resulta indispensable desmitificar esta creencia ilustrando los límites y las contradicciones del oficialismo.
La sensación de pesadumbre es intensa en las franjas del kirchnerismo que imaginaron un glorioso retorno a la Casa Rosada junto al abrupto declive del PRO. El escepticismo es la peor respuesta a esa errónea evaluación. La derecha propicia destructivas autocríticas de sus adversarios para que bajen las banderas.
El macrismo se nutre de esa depresión pos-electoral. En el progresismo no se valora adecuadamente la enorme potencialidad de resistencia social en torno a la militancia forjada en los últimos años. En un momento de grandes peligros y oportunidades conviene recuperar la lucidez y la esperanza.
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Claudio Katz es economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
1 Torre, Juan Carlos, Los huérfanos de la política de partidos revisited (disponible en: http://panamarevista.com/los-huerfanos-de-la-politica-de-partidos-revisited/)