Por Emiliano “Gaita” Ameigeiras[1], Guadalupe Santana[2] y Matías Rey[3]
Escribimos este artículo como el primero de una serie de tres. Lo hacemos para reflexionar sobre nuestra militancia como parte de un espacio político que, entendemos, nos excede a nosotrxs y nuestras organizaciones (Patria Grande y CienFuegos). Es justamente por eso que acercaremos algunas ideas, con ánimo de debate e intercambio. Repensándonos en nuestra actividad, nuestros recorridos y nuestras reflexiones: así es que creemos se deben intentar perspectivas estratégicas más profundas.
La Izquierda Popular reconoce un amplio camino de luchas históricas, en la Argentina y el mundo, y es desde estas herencias y con esta mirada «historizada» que construimos gran parte de nuestra mística militante. Como espacio político, sin embargo, podemos pensar a la Izquierda Popular como un producto algo más reciente: hija menor del ciclo de luchas de resistencia al neoliberalismo que recorrieron desde abajo la América del cambio de siglo, y nacida al calor de los gobiernos populares surgidos como triunfo directo de esas luchas (Bolivia y Venezuela) pero que se declara deudora de una historia larga que incluye la lucha de los 30 mil por una patria liberada y socialista así como las luchas criollas contra la corona y las de los pueblos originarios contra los conquistadores de Nuestramérica.
Este espacio político adquiere visibilidad nacional y personalidad política en el marco del estancamiento del kirchnerismo como fenómeno militante (2012-2013) y es puesto a prueba radicalmente a partir del triunfo electoral de la Alianza Cambiemos en 2015 y la reinstalación de la agenda neoliberal en la región. Esta «puesta a prueba» que nos plantea la nueva etapa no es sólo nuestra sino del conjunto de las fuerzas progresistas y de izquierda.
El campo popular en su conjunto se encuentra atravesado por una crisis de magnitud que se explica, fundamentalmente, porque los proyectos políticos surgidos al calor de las luchas contra el neoliberalismo han fracasado: nos encontramos con una nueva ofensiva neoliberal, que en Argentina encontró respaldo popular en las urnas. Esta situación nos plantea una serie de interrogantes que no podemos eludir: ¿Cuáles fueron los errores del campo popular que terminaron con una nueva ofensiva neoliberal avalada popularmente? ¿Qué aprendizajes podemos extraer de estos errores para nuestra estrategia actual contra un enemigo conocido pero renovado? ¿Cómo podemos pasar de un aporte a las luchas defensivas actuales a una propuesta de país desde la Izquierda Popular? ¿Cuál es la vigencia de este proyecto en esta etapa? ¿Cuáles son nuestras tareas?
Ante esta encrucijada, al ser el espacio político más joven del campo popular (en términos históricos y etarios), los desafíos planteados por los tiempos que corren pueden ser, al mismo tiempo, más peligrosos y más productivos. Más peligrosos porque, al ser organizaciones con poco recorrido, podemos entrar más fácilmente en crisis al contar con acumulados organizativos y reservas identitarias comparativamente menores. Más productivos, porque pueden ayudarnos a profundizar nuestro pensamiento político y nuestras convicciones compañeras sin tanta «mochila» encima.
Es en favor de estas últimas posibilidades, de intentar transformar una etapa de resistencia en una ventana de oportunidad, que buscaremos aportar desde estas líneas. Comenzaremos, con este artículo, pensando algunas claves en torno a las nuevas realidades del mundo del trabajo y su relación con el proyecto de la Izquierda Popular en Argentina.
¿Qué hay de popular en la izquierda popular?
Empecemos por destacar algo que puede ayudarnos a comprender la enorme necesidad de reflexión teórica que nuestro espacio tiene por delante: popular, como apellido, es un poco raro. Si se revisa la historia de las izquierdas, veremos que a contramano de su búsqueda de construcciones colectivas, sus identificaciones fueron por lo general individuales (y masculinas). Izquierda maoísta, trotskista, guevarista, peronista, estalinista (o «leninista» en su autopercepción); corrientes de masas cuya carta de presentación era un líder (varón). Existen excepciones, como el anarquismo, que desde su mismo nombre evocan un determinado enfoque teórico o un programa político (más o menos amplio, pero siempre bien delimitado). Popular es una palabra mucho más difusa. Y no está mal que así sea, como punto de partida y como estímulo a la creatividad.
Lo que hay de popular en la izquierda popular puede pensarse desde distintos ángulos. Por ejemplo, puede adoptarse una mirada «defensiva», que a partir de pensar un desencuentro específicamente argentino (y permanente) entre las izquierdas revolucionarias y los nacionalismos populares, busque una fórmula mágica («izquierda» + «popular») para conjurar ese peligro. Puede pensarse lo popular también en clave de «popularidad», es decir, planteando como primer y desesperado objetivo que la izquierda tenga visibilidad mediática y presencia institucional. Finalmente, «lo popular» puede plantearse como sustituto amigable de «lo obrero», y también derivar hacia miradas posmodernas que planteen la caducidad de la contradicción capital/trabajo para entender la coyuntura, o que el estudio de los grandes movimientos históricos ya no podría hacerse a partir de las luchas de clases.
Ninguno de estos enfoques es el nuestro.
La clase trabajadora hoy: apuntes para su caracterización y los desafíos de su organización
Luego de la caída del bloque soviético, la globalización terminó de consolidar al capitalismo como sistema hegemónico mundial. Las transformaciones estructurales propias de esta fase del modo de producción en los países del capitalismo avanzado, tales como el crecimiento de la producción de servicios en detrimento de la producción industrial tradicional, el auge del sector financiero y el desarrollo de nuevas tecnologías aplicadas a la producción (robótica y microelectrónica), fueron recibidas en el mundo académico y político de modo particular. Desde diversas miradas se habló del fin del trabajo y del proletariado. Sin embargo, estas predicciones no se han cumplido, ni en su forma optimista (aumento del tiempo libre con trabajos automatizados) ni en la pesimista (sociedad del vagabundaje ante la falta de puestos de trabajo por la automatización). Estas corrientes no sólo no tuvieron en cuenta lo que sucedía en las economías del tercer mundo, caracterizadas por un desarrollo dependiente y desigual, sino que además desconocieron que a la par que se producían transformaciones en el mundo del trabajo formal, crecían los trabajos a tiempo parcial, por horas, por temporadas, informales, precarios, etc. Es decir, más que una sociedad del no trabajo, lo que comenzó a darse fue una mayor diversidad y polarización entre ocupaciones modernas, remuneradas con altas y nuevas calificaciones y las precarias e inseguras. En otras palabras, el trabajo se reafirmó como experiencia y elemento estructurante de la vida social; la clase que vive del trabajo se muestra más diversa pero tan vital como siempre.
Dicho esto, hay que decir que la retracción del proletariado tradicional, fabril y la proliferación de otras modalidades de trabajo, supusieron desafíos a la formas de representación sindical clásica de los y las trabajadoras.
En nuestro país, fue primero la dictadura del 76 y luego los gobiernos menemistas los que llevaron a cabo las medidas flexibilizadoras que produjeron estas transformaciones en el mundo del trabajo: el achicamiento del Estado y el empleo público, la desindustrialización y a su vez, la concentración y extranjerización del capital, etc. Estas mutaciones arrojaron como resultado el crecimiento de la precarización, el cuentapropismo, la informalidad laboral y la desocupación. Es decir que las dinámicas de degradación y de desigualdad social han transformado profundamente el mundo del trabajo.
De más está decir que durante los 90, estos cambios fueron llevados adelante por un gobierno de signo político peronista, con una central obrera que, derrotado Ubaldini, operaba como correa de transmisión para garantizar las reformas estructurales.
Todos estos elementos produjeron discusiones al interior del importante movimiento obrero argentino, que por otra parte ostenta las más altas tasas de sindicalización de América Latina. Como resultado de estos debates, se conformaron la Central de Trabajadores de la Argentina y el Movimiento de Trabajadores de Argentina, como corriente al interior de la CGT, como dos estrategias distintas frente a diagnósticos también disímiles que son de utilidad recuperar para pensar nuestra coyuntura actual.
Entre quienes fundaron la CTA, primaba la lectura de que la mutación del capitalismo ponía en jaque el modo de organización de los trabajadorxs y por este motivo, concluían que era necesario revisar y transformar el modelo sindical argentino. Observaban que, ante la evidencia de los altos niveles de desocupación y pauperización, la fábrica perdía relevancia frente al barrio como núcleo relacional y de organización. La crisis de la forma sindical expresaba que la unidad de la clase no venía dada por la mediación de la estructura orgánica sino que era la unidad de todxs lxs que vivían de su trabajo y por lo tanto, se planteó la afiliación directa a la Central y la incorporación de los movimientos sociales[4]. Del mismo modo, sostenían que la falta de democracia interna en la CGT impedía dar estos debates al interior de dicha central así como resistir eficazmente las medidas neoliberales.
Por el lado del MTA, se planteaba una estrategia de resistencia a la ola neoliberal y a la dirigencia “traidora” de la CGT (los “gordos”) hasta reponer el estado de cosas anterior cuando las relaciones de fuerza lo habilitaran. Por eso, si bien reconocían que las masas desocupadas eran un problema, no cuestionaban el modelo sindical. Lo que primaba era la idea del “efecto derrame” que pudieran generar los gremios más importantes sobre el conjunto de la clase (“que golpee el más fuerte…”). Por su parte, le criticaban al grupo anterior que haber armado otra central contribuía a la fragmentación y debilidad del movimiento obrero.
La recuperación posterior a la crisis de 2001-2002, la reducción significativa del desempleo, la mayor conflictividad laboral y el aumento de la negociación colectiva, reeditaron algunas de estas discusiones en torno al posicionamiento político del sindicalismo pero también volvieron a poner sobre el tapete los dilemas de la forma sindical.
Respecto de las cuestiones estructurales, vale decir que pese a la recuperación económica, el empleo informal se estancó en niveles altos (alrededor del 35%). Ello nos habla de que incluso en períodos de crecimiento, el sistema ya no garantiza el pleno empleo entendido éste en términos clásicos como empleo registrado, estable y en relación de dependencia y la forma sindical asociada a dicha modalidad hegemónica durante los momentos previos de nuestra historia, se ve desbordada por realidades, culturas y luchas del trabajo que se constituyen como las de un ‘otro movimiento obrero’”.
Ahora bien, ese gran sector informal no carece de organización. La Confederación de Trabajadorxs de la Economía Popular es un gran ejemplo de ello. Emilio Pérsico inscribe esta experiencia organizativa como una superación de los movimientos de desocupadxs de fines de los 90 y principios de los 2000[5]. Operó un aprendizaje organizativo en un doble sentido. Por un lado, a partir de la emulación de la forma sindical y por el otro, a través de un proceso inverso al que se habían dado los dirigentes fundadores de la CTA en los 90, mediante el pedido de inclusión de lxs trabajadorxs de la economía popular en la CGT. Creemos que la base material para estos aprendizajes estuvo en el desplazamiento que se operó en la conflictividad propia del sector (de reclamos por condiciones de vida a reclamos por condiciones de trabajo, en un escenario de “salarizacion” creciente de estxs compañerxs).
Por otra parte, dentro del sector formal, el crecimiento que se produce desde el 2003 implica el surgimiento de un “trabajador nuevo” en fábricas, empresas y el Estado: lxs trabajadorxs jóvenes que hacen su primera experiencia laboral en tiempos en que la conflictividad sacudía el orden empresarial y en el cual los trabajadorxs volvían a discutir paritaria y convenio. Hablamos de la generación hija del 2001 que también es más predispuesta a cuestionar el status quo y conforma un activismo que reclama mayor participación y democracia sindical. Si bien éste elemento ha sido muchas veces sobredimensionado por la izquierda tradicional, no debe ser desdeñado. ¿Sería posible pensar en una rearticulación del sindicalismo clásico en torno a una agenda más confrontativa, como es el caso del espacio 21F, o el del más reciente Frente Sindical por un Modelo Nacional, sin bases que exijan, como en las jornadas del 7 de marzo de 2016, “poné la fecha, la yuta que te parió”?
En tercer lugar, no podemos dejar de mencionar al movimiento feminista popular que a través de la cuarta ola, ha ido creciendo en torno a la reivindicación de las trabajadoras: lo que Paula Abal Medina denomina “feminismo gremial” que aún está en construcción. No sólo se trata de la instalación de una agenda propia, con demandas frente al Estado y a las patronales que consideren la economía de cuidados, la conciliación de la vida familiar y laboral, la violencia de género en el ámbito laboral, los derechos laborales con perspectiva de género, la feminización de la pobreza ante las políticas de ajuste y el acuerdo con el FMI, sino que además se presentan fuertes cuestionamientos a la institucionalidad sindical por la escasa representatividad de las compañeras en los cargos de conducción y en las instancias de negociación colectiva.
Dar cuenta de las complejidades de la clase: el concepto de «pueblo trabajador»
Para nosotrxs, lo popular en la izquierda popular es su definición de clase. Izquierda Popular, así, es plantear la necesidad de una izquierda que intente ser expresión de las clases trabajadoras de nuestro país y nuestra época (Argentina, siglo XXI). ¿Decir Izquierda Popular es decir clasismo? También, pero lejos de miradas anacrónicas que lo entienden en clave de «construcción del verdadero partido de la clase», planteándose como objetivo la conducción política del proletariado en disputa con corrientes obreras conciliadoras (cuando no en abierta lucha fratricida con «lxs clasistas de la otra cuadra», simplemente por no ser nosotrxs). Nuestro clasismo, entendido en clave principalmente unitaria (de retaguardia más que de vanguardia, si se quiere), propone como método y horizonte la unidad de la clase en movimiento, como marco óptimo para la construcción de alternativas revolucionarias a nivel estratégico (y estatal).
Pero no es sólo un «clasismo distinto» lo que, entendemos, debe llenar de contenido nuestro espacio político. Es también una clase trabajadora distinta. La derrota internacional que sufrimos como clase en la década del 70, consolidada en los 90, se ha leído de dos maneras al interior del campo popular.
Por un lado, una mirada ortodoxa que plantea el «siga, siga»: perdimos, pero el campeonato continúa con las mismas reglas. En los 90, no servía organizar desocupadxs desde herramientas autónomas: la única lucha era que sus sindicatos los defendieran como despedidxs, lo cual evidencia la idea de una clase obrera siempre idéntica a sí misma (incluso a nivel de rama de la industria). Este enfoque no pudo siquiera registrar la permanencia y masividad de la pauperizacion de la clase trabajadora incluso en períodos prolongados de crecimiento económico (como los años kirchneristas), durante los cuales gran parte de lxs desocupadxs de los 90 jamás se reintegró al mercado formal de empleo[6].
La otra mirada nos plantea el «exotismo total». La clase trabajadora no existe más, excepción hecha de una minoría privilegiada a expensas de una mayoría de excluidxs. Esta lectura no sólo acarrea peligrosas consecuencias políticas (¿existe algo más de derecha que militar la división entre laburantes?) sino que es equivocada por donde se la mire. La clase trabajadora formal (léase: registrada y en relación de dependencia) no sólo sigue siendo mayoritaria, sino que incluso nuestrxs compañerxs de la economía popular (esto es, el sector más dinámico de la clase trabajadora excluida del mercado formal) avanzaron en los últimos años en un proceso sostenido de sindicalización y salarización (entendiendo «salario» en términos marxistas y contemporáneos, esto es, como la porción de la plusvalía social total que la clase trabajadora obtiene a cambio de su trabajo, sea o no reconocida como un sueldo formal, haya o no relación de dependencia directa con un patrón).
Ante esta creciente complejidad y reconfiguración de la clase trabajadora contemporánea, el concepto de «pueblo trabajador» puede ayudarnos a comprendernos mejor como clase, así como ser clave identitaria de una izquierda popular a la altura de los desafíos que el siglo XXI plantea a toda construcción socialista. Como nos dice Iñaki Gil de San Vicente (2013: 7):
«El pueblo trabajador está compuesto en el capitalismo actual por una base o centro cohesionador formado por la clase trabajadora, y dentro de esta por la fracción productora de valor, pero siempre integrando al sector servicios y al financiero, sean explotados continuos y permanentes, a tiempo parcial, en precario o en subempleo. Sobre esta base o alrededor de este centro están las crecientes masas en desempleo estructural, de dependientes del salario directo o diferido, del salario social, de las ayudas públicas oficiales o privadas como Cáritas u otras asociaciones asistenciales, como mujeres explotadas en el trabajo doméstico, juventud trabajadora desempleada o en el desempleo invisible que son los estudios, pensionistas, jubilados, etc., todas ellas y ellos dependientes directa o indirectamente del salario familiar en cualquiera de sus formas o de la ayuda exterior, pero sin medios de producción propios, y por tanto sin posibilidad de explotar a nadie.»
Palabras finales para empezar
En resumen, el capitalismo en su fase neoliberal generó transformaciones profundas en el mundo del trabajo y en la realidad de la clase trabajadora argentina. Ese proceso de reestructuración tuvo su correlato en el modo de organización y representación de lxs trabajadorxs. Las distintas estrategias que el sindicalismo esgrimió para dar respuesta a dichos cambios fracasaron en mayor o menor medida, o se mostraron al menos insuficientes y deben ser repensadas al calor de una nueva ofensiva neoliberal en nuestro país y en toda la región.
Los debates que desde el campo popular nos damos para organizar a lxs laburantes del modo más democrático y eficaz posible para resistir dicha ofensiva, como se ha visto, son de larga data. Sin embargo, nos encontramos hoy con nuevos desafíos pero también con algunas puntas para afrontarlos. Los procesos organizativos de la CTEP y del feminismo, en los cuales podemos decir, con orgullo, que ya venimos interviniendo con gran protagonismo, son ejemplos a seguir fortaleciendo, dignos productos del acervo cultural e histórico de supervivencia y resistencia de nuestro pueblo trabajador.
Lo popular en la izquierda popular, entonces, es la búsqueda de expresar en clave unitaria a esta nueva clase trabajadora: fragmentada, contradictoria, enajenada a niveles inéditos en la historia de la humanidad. Pero con capacidades de lucha y organización que siempre tienen la última palabra a la hora de transformar la realidad.
Es hoy la articulación de los sectores movilizados del sindicalismo, la economía popular y el feminismo el fenómeno más potente e interesante: representa a los sectores más dinámicos de nuestro pueblo trabajador, encarna el poder de bloqueo social a las reformas estructurales que pretende llevar adelante el macrismo y, en un proyecto futuro, puede expresar la recuperación de protagonismo político de los trabajadores y las trabajadoras.
En este sentido, nuestro aporte como Izquierda Popular, debe ir en la dirección de seguir construyendo puentes entre lo mejor de ambos mundos: de las formas clásicas y de las novedosas de organización popular; y la perspectiva de construcción de una Corriente Político-Sindical de la Izquierda Popular apunta a este norte. Busca en un doble movimiento, revertir el déficit en materia de inserción y construcción de la izquierda en general (y de nuestro espacio político en particular) en el sector formal del trabajo y el sindicalismo, al mismo tiempo que articularlo con la economía popular y el movimiento feminista.
Nos aferramos con convicción a la idea de que cualquier ensayo institucional que hagamos como proyecto político debe darle a este objetivo una centralidad estratégica. Pero esto será en todo caso, motivo de la próxima entrega.
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NOTAS
[1] Militante de la Organización Popular CienFuegos – the.gaita@gmail.com
[2] Militante de Patria Grande – guadasant@hotmail.com
[3] Militante de Patria Grande – revanchadeamerica@gmail.com
[4] Asimismo, hacia el interior de este grupo, cristalizaban diferentes posturas sobre la vinculación entre el movimiento obrero y la política institucional. Estaban quienes, como Mary Sánchez, sostenían que era necesario crear un nuevo partido político que reemplazara al PJ en la representación de lxs trabajadorxs, mientras que De Gennaro sostenía que había que construir una fuerza social para que ese partido no fuera simplemente uno más del sistema político y en desventaja frente a las grandes maquinarias electorales.
[5] En una presentación reciente, el dirigente señaló: “Al principio fuimos movimientos piqueteros porque lo que hacíamos eran cortes de ruta; después fuimos organizaciones sociales porque organizábamos el trabajo comunitario; y después armamos nuestro sindicato que es la CTEP. Llegamos al punto máximo: que se empezara a discutir que somos un pedazo de la clase trabajadora”. Vale decir que gran parte de los movimientos de desocupados, desde sus orígenes y como sus propias autonominaciones lo indican, demandan trabajo y/o sus sucedáneos precarios (planes) y por ende, se identifican como laburantes.
[6] De la Rúa dejó el gobierno en diciembre de 2001 con una tasa de desocupación del 18% y el trabajo informal superior al 38%. En los años siguientes, luego de llegar al 21,5%, el desempleo comenzó a bajar. No ocurrió lo mismo con el trabajo en negro, que en el tercer trimestre de 2003 llegó al 49,5% de los trabajadores, el pico histórico. Desde 2007, el desempleo se ubicó en torno al 7%, con un mínimo de 6,7% en 2011 y un máximo de 9,1% durante la crisis de 2009. El empleo informal, pese a lograr una reducción en la última década, se estancó en un porcentaje cercano al 35% desde 2009.
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Bibliografía consultada
Abal Medina, Paula (2014). “Dilemas y desafíos del sindicalismo argentino. Las voces de dirigentes sindicales sobre la historia política reciente”. Disponible en: http://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/24%20ABAL%20MEDINA%20forma%20sindical%20tipo%20de%20sujeto%20trabajador%20%20.pdf
———. (2018). Entrevista a Paula Abal Medina en La Política Online “El gobierno le tiene más miedo a los movimientos sociales que a la CGT”. Disponible en: https://www.lapoliticaonline.com/nota/111575/
Antunes, Ricardo (2003). ¿Adiós al trabajo? Disponible en: https://catedralibrets.files.wordpress.com/2015/04/ricardo-antunes-adios-al-trabajo.pdf
De la Garza Toledo, Enrique (1999). “Fin del trabajo o trabajo sin fin”. Disponible en: http://sgpwe.izt.uam.mx/pages/egt/publicaciones/capituloslibros/ELAL_Epilogo.pdf
De la Garza Toledo, Enrique (comp.) (2005). Sindicatos y nuevos movimientos sociales en América Latina. Disponible en: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/pais_autor_libro_detalle.php?id_libro=289&campo=autor&texto=1021&pais=6
Gil de San Vicente, Iñaki (2013). “Construyendo ahora el poder popular”. Disponible en: http://2014.kaosenlared.net/component/k2/56463-construyendo-ahora-el-poder-popular-ponencia-de-i%C3%B1aki-gil-de-san-vicente
Tarricone, Manuel (2013). “El trabajo en tres décadas de democracia”. Disponible en: http://chequeado.com/el-explicador/el-trabajo-en-tres-decadas-de-democracia/
Instituto de la Economía Popular (2018). Panel: “El futuro del trabajo (y del capital)”
https://www.revistacrisis.com.ar/notas/el-futuro-del-trabajo-y-del-capital
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