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Algunas reflexiones para pensar la transformación revolucionaria de la Argentina

Por Pablo López Fiorito

A 100 años de las Revolución del ¿Qué hacer?

Luego de analizar la formación económica social rusa en El desarrollo del Capitalismo en Rusia, explicando la combinación de formas de producción en la geografía política particular de este país, y de discutir con todas las tendencias de la socialdemocracia y el populismo ruso, Lenin escribe ¿Qué hacer?.

No se trataba de hacer política para lograr poder en el Estado o en la sociedad civil y acrecentar una estructura; tampoco de “analizar” correctamente cómo las clases dominantes rusas venían expoliando sistemáticamente al campesinado y los trabajadores. El ¿Qué hacer? se planteaba la necesidad de construir una fuerza que pueda transformar revolucionariamente Rusia.

Y de alguna manera, muy particular, muy rusa, se transformó en el libro que organizó esa gran batalla. Su generalización como manual irrenunciable de cualquier revolucionario se parece mucho a la pretensión de los libros de autoayuda que procuran, con las mismas fórmulas genéricas, convertir a un hombre pobre en un empresario exitoso.

Partiendo de la base de dichas tesis organizativas basadas en discusiones políticas y teóricas, intentaremos pensar las preguntas particulares de una organización para la revolución argentina y latinoamericana.

El tradeunionismo argentino

El tradeunionismo alude a la política de la clase trabajadora bajo el capitalismo. Una política que reproduce el sistema y negocia con él las mejores “tajadas”.

Este concepto proviene del tradeunionismo inglés, expresión que alude a la clase trabajadora que quería gozar de los privilegios que le daba ser “miembro” del imperio inglés, el cual se enriquecía a partir de la extracción de las riquezas coloniales. Lxs trabajadores tendían a negociar con el sistema, a “integrarse” en él.

Lenin utiliza esta categoría para pensar que la revolución no es un hecho irremediable que surja espontáneamente de la conciencia de la clase trabajadora. El contexto es claro: en Inglaterra, país imperialista, el tradeunionismo, en tanto ideología, alinea a la clase trabajadora con la burguesía imperialista y con el capitalismo mundial, por eso los socialistas revolucionarios deben oponerse a él.

¿Podemos encontrar similitudes entre ese tradeunionismo inglés con el argentino? ¿Es lo mismo ser tradeunionista en una potencia imperial, que serlo en un país colonial? ¿Quiénes lo son en la Argentina, y qué implica su programa? ¿Se oponen a las tareas políticas de una fuerza que pretenda revolucionar la Argentina?

De alguna manera, la conciencia tradeunionista en la Argentina es la conciencia del sindicalismo peronista: estos reflejan la conciencia de la clase trabajadora registrada que quiere que la rueda económica siga girando, dejando de lado el hecho de que sin una transformación profunda del régimen de propiedad en nuestro país, su trabajo –y/o su sindicalismo- no van a existir.

Por decirlo de algún modo, hoy el imperialismo no necesita ni sindicatos, ni clase trabajadora en la semicolonias. Menos en las semicolonias donde la clase trabajadora ha demostrado ser un elemento aglutinante y revulsivo. Ya aprendió la lección: necesita ruleta financiera y economía informal.

El rol de una izquierda realmente nacional, realmente latinoamericana, debe ser el construir un diálogo con el sindicalismo peronista ubicando en el eje de la discusión la imposibilidad de que exista una verdadera soberanía política, una verdadera independencia económica, una verdadera justicia social, sin la construcción de una fuerza que ponga el acento en los trabajadores y en el Estado como centro del país.

Nuestro qué hacer gira en torno a descubrir que no debemos poner el foco en las diferencias con el economicismo tradeunionista sino pensar las formulas políticas que construyan una alianza con dichas fuerzas en contra del imperialismo.

¿Nueva clase social? ¿La o las clases trabajadoras?

Corresponde aquí una breve pero necesaria reflexión sobre la situación de la clase trabajadora en la Argentina y en el mundo.

Muchos compañerxs sostienen que, así como Lenin se encargó de denunciar el papel funcional de la “aristocracia obrera” en la reproducción del statu quo de los países centrales, en nuestro país el sindicalismo peronista representa a una clase trabajadora que le suelta la mano al resto de fracciones de clase, sobre todx a aquellxs pertenecientes a la economía informal, con tal de quedarse dentro del sistema.

Otra de las explicaciones sostiene que “el nuevo sujeto de la economía popular” es el más dinámico y capaz de sostener una disputa contra el sistema. Este planteo también nos dice que “la economía social” viene para quedarse. No niega que los que la integran sean elementos de la clase trabajadora. Pero afirma, en última instancia, que la fuerza del sistema es tal que no puede transformarse para integrar a esos miles de argentinxs. Hay que organizarlxs y llevarlxs a la pelea por cambiar el sistema.

Este planteo del nuevo sujeto solo cristaliza la tendencia natural que el sistema tiene de fragmentar a la clase trabajadora. De alguna forma, ideologiza esa diferencia.

El sistema siempre fragmentó a la clase trabajadora, y a diferencia de lo que pensaban los integrantes de la Primera y Segunda Internacional acerca de la unidad automática de dicha clase, la fragmentación dentro de la misma siempre fue un problema político de primer orden para la izquierda y el socialismo.

Es cierto que hoy en día la clase trabajadora tiene una porción de excluidos que no pueden ser explicados solo por el concepto de “ejército de reserva”. Pero en Argentina y Latinoamérica, a diferencia de las economías desarrolladas y autocentradas, este mundo de desclasados es típico del desarrollo atrofiado de su sistema semicolonial. No se trata solo de generar, al igual que en Europa, un reordenamiento de las horas de trabajo, para producir jornadas de 6 o 4 hs., sino que se trata de poner en marcha un cuerpo social atrofiado por la injerencia oligárquica e imperialista.

No estamos discutiendo aquí sobre una nueva clase social, o una fracción de clase vanguardista, sino la necesidad de una política revolucionaria que integre a toda la clase social. La tarea del partido o fuerza revolucionaria es poder sintetizar la dispersión de la clase y llevarla a una alianza con el resto de los sectores nacionales, en pos de un programa de desarrollo latinoamericano.

Por otra parte, como resaltamos a través del concepto tradeunionista, la clase trabajadora (o la porción de aquella clase que participa de la economía en blanco), sin ideología liberadora, solo intenta sobrevivir. Los revolucionarios son los responsables de construir un andamiaje político que pueda unificarnos en pos de la liberación nacional y social.

La política revolucionaria

Los viejos esquemas de la izquierda trasplantada nos aíslan de los movimientos reales que el pueblo argentino lleva adelante en su historia.

Según nos marcaban esos esquemas, “la enseñanza” de octubre rojo era que cualquier alianza con el nacionalismo y/o el reformismo conducía a la traición y la derrota. Por eso se multiplicaban los folletos de Lenin cuestionando las tendencias reformistas y populistas, en Rusia sobre todo, pero también en la Segunda Internacional.

Dichas lecturas se toman sin tener en cuenta ese contexto histórico en el que fueron generadas. Es decir, en el marco de una política revolucionaria para una formación económica social semicolonial específica. En la mayoría de las oportunidades se seleccionaban libros de Lenin o Trotsky que enfrentaban irreconciliablemente al nacionalismo y el socialismo. Como si todo el mundo fuera una gran Europa, y todo lo que en ella acontecía pudiera aplicarse sin ningún problema en cualquier otro país.

El asedio mundial, junto a una política excesivamente enfocada en la defensa irrestricta de la Rusia soviética, llevaron a la caída de dicho bloque en el ‘89. Dicha caída impuso una agenda para los movimientos de liberación del tercer mundo –y de Latinoamérica en particular- muy acotada. Tan acotada que ni siquiera determinadas medidas de nacionalización eran contempladas en dichos programas. El sistema se acepta aunque su tendencia financiera impide el crecimiento económico de la economía mundial.

Cabe destacar que las experiencias latinoamericanas de los últimos 12 años, en la práctica, lograron vencer el límite entre el socialismo y el nacionalismo, articulando tareas y planteado posiciones y acciones superadoras del mero capitalismo, sobre todo en las gestiones del MAS, de Ecuador y del Chavismo.

La política revolucionaria debe unir a todos los sectores interesados en un desarrollo latinoamericano autocentrado, mostrando que es la única salida que tienen nuestros países de construir una vida digna para todos sus pueblxs.

Necesidad de un marco de discusión estratégico entre las distintas corrientes de la izquierda, el socialismo y el nacionalismo revolucionario en nuestro país

De alguna manera, tanto la genialidad de Lenin como su capacidad para sintetizar y conducir la revolución hasta el fin, son fruto de un conocimiento profundo de la sociedad rusa, de su historia, de las clases que acompañarían la revolución (proletariado y campesinado) pero también de las reflexiones acerca de los debates entre las distintas vertientes de las clases subalternas europeas. De más de 200 años de discusiones sobre las luchas de las clases subalternas europeas –es decir de las vertientes socialistas, anarquistas y populistas- frente al orden feudal y a las clases burguesas.

Las distintas vertientes de la izquierda, el socialismo y el nacionalismo revolucionario en la Argentina y Latinoamérica hablan distintos idiomas, se aíslan entre sí. Tienen el prejuicio que el sistema azuza para describir a la perfección cada una de las equivocaciones teóricas y/o prácticas de dichas corrientes, pero en ninguna instancia se busca la posibilidad de discutir entre sí.

Como si de un macartismo de izquierda se tratara, las posiciones se cristalizan sin buscar comprender el origen social de las mismas. Así se multiplican las sectas hasta que logra construirse otra gran fuerza que, tarde o temprano, reproduciendo la vieja lógica europea entre reforma y revolución, volverá a dividirse y de vuelta a empezar.

Cada una habla su idioma. Al igual que sucede con el mercado, también los grupos que persiguen la transformación profunda de la sociedad Argentina son fragmentados. Como no se logra constituir una fuerza unitaria de izquierda nacional y popular, todos los grupos actúan como satélites. Satélites que, atraídos y rechazados por la marea del nacionalismo popular argentino, el peronismo, nunca pueden entablar un dialogo de iguales con éste. O el peronismo es el lugar donde hay que construir, orientándolo hacia la izquierda, o el peronismo debe ser destruido porque es el mayor de los males que tuvo la Argentina.

La izquierda argentina, la izquierda popular y nacional argentina, necesita edificar espacios de discusión que la vayan transformando en un bloque de poder en disputa con el bloque oligárquico e imperialista y en un posible aliado del peronismo si éste está dispuesto a enfrentar a las fuerzas sociales que pretenden destruirlo desde el año 46.

Nuestro quehacer debe emanar de dichas confluencias, donde todos los sectores puedan discutir, acordar y construir herramientas para que el pueblo argentino logre deshacerse de una vez de la oligarquía y el imperialismo que lo separan de su gran destino latinoamericano.

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