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Nuestra América: ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos?

Por Paula Klachko

“Por más de diez años, desde los inicios del nuevo siglo, el continente ha vivido, de manera plural y diversa, el período de mayor autonomía y de mayor construcción de soberanía que uno recuerda desde la fundación de nuestros Estados en el siglo XIX, en procesos unos más radicales que otros, algunos más urbanos y otros más rurales, con distintos lenguajes, pero de una manera muy convergente”

Álvaro García Linera1

 

Hace varios días, en torno a los 100 años de la Revolución Rusa, escuchaba en Voces del Mundo, el aleccionador programa conducido por Telma Luzzani, las palabras del intelectual Pablo Stefanoni sentenciando que “la revolución esta fuera de agenda”.

Estas palabras que expresan el sentipensar de amplios sectores de la intelectualidad que pudiera auto-catalogarse de progresista, se inscriben en la tradición socialdemócrata europea que nunca tuvo la revolución en “su” agenda y empalma casi sin solución de continuidad con la de lxs vocerxs de las rancias oligarquías de Nuestra América acerca del fin de las “vetustas ideologías” (una vez más repetida, por ejemplo, en la editorial del diario La Nación de Argentina del 31 de octubre de 2017) en un intento –infructuoso y desesperado- de restaurar la noción del capitalismo como “estado natural” o último eslabón de la evolución humana, que propugnaron con fuerza desde el fin de la Guerra Fría mediante el slogan del “fin de la historia”.

Sin embargo, esta pesimista visión del presente y el futuro para las mayorías humanas y para la humanidad en sí misma –pues, como anunciara Fidel Castro anticipándose a muchas voces, es nuestra especie y el planeta mismo los que estamos en riesgo de extinción-, es contrastada desde la praxis de los pueblos que construyen procesos revolucionarios, algunos victoriosos y otros no, los cuales a pesar del asedio multifacético siguen en pie.

Estas oligarquías asociadas al imperialismo de turno han conducido y vuelto a conducir nuestros destinos, con muy honrosas excepciones y algunos larguitos recreos en los que alianzas que integran al –o están conducidas por- el pueblo toman la iniciativa política.

En buena parte de Nuestra América los pueblos han tomado esta iniciativa en los albores del siglo XXI desarrollando la tercera ola independentista2 que se retoma con mayor sincronicidad y regionalidad que la segunda, y que continúa “en pleno desarrollo” –parafraseando al excelente periodista internacional Walter Martínez- a pesar de aquellas voces que sentencian el fin de ciclo progresista. Momentos bisagra de la historia que serán recordados y homenajeados como lo fue la ola independentista de principios de siglo XIX. De esta manera, si bien algunas experiencias nacional-populares han sido volteadas por vía de golpes judiciales, institucionales, o blandos (salvo en Argentina, donde tristemente fue por la vía electoral), el núcleo duro del cambio de época progresista y emancipatorio continua vigente3.

Analicemos entonces de dónde venimos y hacia dónde vamos.

 

¿De dónde venimos?

En un momento en el que la guerra de posiciones –centrada principalmente en disputar posiciones estatales e instituciones- y la de movimientos (especialmente en torno a la afectación de la vida cotidiana y la reproducción social, como la guerra económica en Venezuela y Cuba, y la disputa cultural e ideológica con las grandes corporaciones omnipresentes mediáticas y otras) tienen la misma importancia estratégica en nuestra región, perder ya sea por vía de los mencionados golpes o por dos puntos en una contienda electoral el control de la “trinchera más avanzada de la sociedad civil” que es el aparato del estado, según nos enseñara Gramsci, es algo grave. Las fuerzas social-políticas que pasan a tener las riendas de varios gobiernos nacionales expresan directamente los intereses del capital más concentrado, lo que se traduce en la aplicación de políticas que suponen el continuo empeoramiento de la calidad de vida de millones de personas.

 

Pero mirado desde la correlación de fuerzas sociales y políticas4, el momento actual nos habla de una realidad o situación menos penosa que cuando enfrentábamos las brutales políticas neoliberales de los ‘90. En aquella década era muy aguda la disgregación de fuerzas sociales y políticas producto de las derrotas de los movimientos revolucionarios de los ‘70 y, en general, de todo el activismo político, social y cultural, por efecto de la acción disciplinadora de los terrorismos de estado; repliegue reafirmado mediante la caída del campo socialista, los procesos hiperinflacionarios y los de hiper-desocupación generada por las privatizaciones, ajustes y apertura de las economías nacionales. Disgregación que fue revertida mediante un lento camino de acumulación de lucha y experiencia de organización popular que fue generando las condiciones para la rearticulación de fuerzas.

La lucha por arriba5, es decir, la fractura en el seno de las clases dominantes causada por modelos de acumulación que restringían cada vez más la posibilidad de reproducción de algunas fracciones burguesas y generaba una concentración sin precedentes para los capitales trasnacionales, abrió el espacio que potenció la emergencia de las fuerzas populares. Así se fueron conformando fuerzas social-políticas que –unas conducidas por fracciones del pueblo y otras por fracciones burguesas pero que incluyeron ampliamente las demandas políticas, sociales y económicas populares- fueron disputando los gobiernos de los estados logrando acceder a ellos a través de los propios resquicios del sistema político-institucional burgués. El entramado institucional y partidario estaba atravesado por una profunda crisis de representación producto del vaciamiento de políticas de estado hacia el pueblo y el empeoramiento de la calidad de vida que tal ausencia traía aparejada. A la lucha por arriba, evidenciada en las diputas internas de las clases dominantes locales, se suma la lucha de más arriba como resultado de un nuevo escenario multipolar que abre cauces de maniobra políticos y económicos que debilitan al imperialismo y establecen canales de negociación alternativos.

Entre los años 2005 y 2015, más de la mitad de los países de América Latina llegó a tener gobiernos progresistas, revolucionarios o, en su defecto, gobiernos alineados con ellos. En superficie, tuvimos 14.784.133 km2 bajo gobiernos progresistas o revolucionarios sobre 22.222.000 km2 totales, es decir, el 66% del territorio a lo que habría que sumar, tal vez, los territorios localmente gobernados por las Juntas del Buen Gobierno o Caracoles zapatistas en el sureste mexicano. En términos de población tuvimos aproximadamente un 62% del total bajo gobiernos progresistas o revolucionarios, o bajo ese alineamiento. La medición del control político en kilómetros cuadrados puede ser un indicador valioso en unas tierras tan ricas en bienes naturales.

Si clavamos el reloj político en junio de 2009 y bosquejamos un mapa de la correlación de fuerzas políticas gubernamentales obtenemos la siguiente elocuente imagen:

Ensanchamiento democrático

Así como en las anteriores, en esta tercera ola independentista se han ensanchado los cauces de la democracia para los pueblos. Como lo expresaba García Linera: “lo que los gobiernos progresistas y revolucionarios pueden y deben hacer, es crear las mejores condiciones de democratización de la riqueza y ayudar al fortalecimiento de las organizaciones sociales, al aprendizaje práctico de las experiencias de socialización de la producción y de las formas de gestión colectiva, no estatal, de la riqueza”6. Democracia que va atentando contra la propia lógica de acumulación del capital –pues como ha señalado en numerosos trabajos Atilio Borón, democracia y capitalismo son irrevocablemente incompatibles-, lo que explica que se intenten coartar con o sin éxito estas experiencias de democratización popular del siglo XXI que, aun sin cuestionar del todo al sistema, algunas expresan el anhelo y la potencialidad de hacerlo.

Con una mirada histórica podemos observar diferentes procesos de ampliación de la democracia que fueron o van generando condiciones para pasar de la democracia burguesa a la democracia popular y revolucionaria:

1) Aquel en el que las fuerzas políticas que expresan alianzas de clases acceden a los gobiernos nacionales por la vía electoral generando una importante ampliación de la ciudadanía en términos no solo políticos sino también sociales, y realizan reformas progresistas que terminan poniendo trabas a la acumulación de capital y que son abatidas por golpes de estado ante la falta de convicción y conducción para defender esos procesos mediante la fuerza o la movilización (como por ejemplo los primeros gobiernos de Perón y el de Jacobo Arbenz).

2) Procesos que llegan al poder –en sentido estricto- por la vía revolucionaria radical contra gobiernos dictatoriales militares (caso Cuba y Nicaragua), disgregando la fuerza del capital y, ante el desbande del viejo estado, construyen poder popular revolucionario, es decir, una democracia radical. En el caso de Nicaragua, además, es el Frente Sandinista de Liberación Nacional desde el gobierno revolucionario el que convoca en 1984 por primera vez en la historia de ese país a elecciones presidenciales limpias y con voto universal y secreto, en medio de la cruenta guerra de los “contras” financiada y conducida por los EEUU. Vía electoral que luego abrirá paso a la derrota de la revolución en 1989.

3) Casos de movimientos populares o fuerzas contestatarias que llegan a los gobiernos por vía electoral y profundizan enormemente la democracia, por fuera de los limites burgueses, hacia democracias populares revolucionarias protagónicas y participativas (casos de Venezuela, Bolivia y en buena medida Ecuador en el siglo XXI).

4) Aquellos procesos populares que llegan al gobierno y desarrollan, desde allí, políticas de profundización de la ciudadanía política y social dentro de los limites pactados con el capital pero que, sin embargo, son desechados mediante golpes de estado o competencia electoral por los cuadros políticos del capital concentrado para retomar las riendas de los gobiernos y generar condiciones extremas de concentración y centralización de la riqueza social (casos de Argentina y Brasil).

No pretendemos realizar un análisis exhaustivo ni contabilizar todas las reformas democráticas y/o revolucionarias que se han emprendido, sino solo referir a algunas cuestiones de nuestro momento histórico que nos muestran los ensanchamientos democráticos de las experiencias de gobiernos populares para contrastar con las reformas retrógradas que emprenden los gobiernos de derecha.

Dando por sabida y experimentada la democratización económica basada en una orientación mercado-internista que redundó en la mejoría de la calidad de vida y salida de la pobreza de millones de personas en la región, y que contrasta radicalmente con las “reformas” laborales, jubilatorias y tributarias impulsadas en Brasil y Argentina, así como los avances soberanos e integracionistas, en un sentido político-institucional podemos mencionar que en el caso de los tres países que, junto con Cuba, conformaron el núcleo duro del cambio de época progresista en nuestra América en el siglo XXI –Venezuela, Bolivia y Ecuador-, se han emprendido verdaderas refundaciones constitucionales que dieron paso a refundaciones estatales. A diferencia de otros procesos formales y elitistas de las democracias fosilizadas, los asambleístas o constituyentistas fueron elegidos mediante elecciones y una vez redactadas las nuevas constituciones, sometidas a referéndum popular vinculante para su aprobación definitiva. Las nuevas constituciones cristalizaron nuevas correlaciones de fuerzas favorables al campo del pueblo y abrieron paso a la conformación de otras formas estatales, como el caso del Estado Plurinacional de Bolivia y la República Bolivariana de Venezuela. Por el horizonte anticapitalista que se proponen, se caracterizan como estados de transición.

En Venezuela se ha transitado desde un estado de derecho a un estado social de derecho y justicia, y se ha pasado de los tres poderes institucionales a cinco, aun bajo un modelo presidencialista que, de manera vanguardista, cuenta con la posibilidad del referéndum revocatorio del mandato presidencial.

Por otra parte, se ha ido avanzando hacia la constitución de un Estado comunal. Ya existen en Venezuela 48.000 consejos comunales y 2000 comunas que los articulan. Muchas de esas experiencias, en distintos grados, ensayan formas autogestionarias y alternativas de construcción social y política radicalmente democrática, no sin contradicciones con las formas estatales convencionales con las que conviven y disputan, aun cuando estas están conducidas por el partido de la revolución bolivariana: el PSUV. También es importante mencionar a las Misiones Sociales que abordan los problemas acuciantes del pueblo, que a diferencia de las “políticas sociales” clásicas, implican un compromiso y protagonismo comunitario en las diversas fases desde la planificación a la ejecución. Ese involucramiento popular genera un aprendizaje y concientización de que sus logros son producto de la lucha colectiva, así como también de los innumerables obstáculos internos o provocados que se suscitan y que no llevan al “cliente” a cambiar de “proveedor” como lo plantea el enfoque clientelista típico del estado burgués, sino a la construcción y toma de conciencia. No es que esas lógicas clientelares estén erradicadas de las prácticas estatales venezolanas, pero son combatidas y/o contrapesadas por la extensión del protagonismo popular y diverso, lo cual explica el apoyo masivo a la revolución y al gobierno revolucionario aun en momentos extremadamente difíciles que, por otra parte, en este último tiempo vienen siendo cada vez más largos.

En Bolivia, como nunca antes, el protagonismo de las “señoras de pollera” y los “señores de sombrero” en diversos ámbitos estatales es notorio –y molesto para quienes no soportan que haya un indio en el poder y que quienes hasta ayer limpiaban sus casas hoy sean diputadas, como suele relatar García Linera-, al tiempo que se ensayan experiencias productivas autogestivas –no siempre exitosas- y se ha instaurado una experiencia única de democratización del poder judicial a través del voto directo de los magistrados. Aunque esto no supone de por sí garantías democráticas o revolucionarias, sin duda permite remover estructuras anquilosadas de un poder fáctico de tradición oligárquica para dar lugar, por ejemplo, a representantes indígenas en esos cargos que, como en el caso del presidencial, deberían haber sido ocupados desde siempre por aquellas mayorías sociales.

Los grados de soberanía adquiridos por estos procesos son las palancas que permitieron ir en la dirección de la realización de los intereses populares.

 

¿Hacia dónde vamos?

Hoy la relación de fuerzas sociales y políticas en Nuestra América sin duda que ha cambiado luego de haber perdido cuatro gobiernos progresistas (uno por la vía electoral y tres por la vía de golpes de estado institucionales enmarcados y guiados por la guerra de cuarta generación que libra el imperialismo yanqui, como lo expresa Stella Calloni, en su intento de recolonización de América). El enflaquecido territorio social y político gobernado por la derecha engordó rápidamente con la restauración neoliberal en Argentina y Brasil, países que junto con México, son los que en la región muestran mayor desarrollo capitalista aunque no menos dependiente. Pero debemos decir que –y para hacerlo más expresivo ponemos blanco sobre negro con la correlación de gobiernos en América Latina en los 90- si en los ‘90 había solo un gobierno revolucionario (Cuba), hoy tenemos en pie varios gobiernos revolucionarios y/o progresistas: Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, El Salvador, Uruguay –con ambigüedades- y está por verse qué rumbo tomará finalmente el nuevo gobierno de Ecuador7.

Nótese que la mayoría de los gobiernos que están en pie son los que plantearon proyecciones políticas y reformas más revolucionarias, los que fueron más a fondo. En ellos no faltaron los intentos de golpe de estado, pero aquellos no tuvieron éxito. Por un lado, porque el pueblo organizado y movilizado lo impidió en las calles (como en 2002 en Venezuela, en 2008 en Bolivia y en 2010 en Ecuador); por otro, porque entre aquellas políticas de fondo estuvieron también las que reorientaron estratégicamente a sus fuerzas armadas. El caso más emblemático y avanzado lo muestra la unidad cívico-militar del pueblo venezolano, sus variadas milicias populares y la formación antioligárquica y popular de las FANB (Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas). Como decía Chávez: “la nuestra es una revolución pacífica pero no desarmada”. Como también las ampliaciones democráticas de los poderes institucionales que abren el juego a la participación y control popular en algunos resortes históricamente controlados por las oligarquías, como relatamos en el caso del poder judicial en Bolivia.

Pero además existen posibilidades de acceso o regreso de gobiernos progresistas en México y en Brasil. Al escribir este artículo se suceden los acontecimientos que intentan sellar un nuevo fraude político contra un gobierno progresista ganador de las elecciones recientes en Honduras, territorio estratégico para el imperialismo yanqui en lo que considera su patio trasero, en el que tiene asentadas varias bases militares importantes (especialmente la base aérea de Soto Cano en Palmerola), desde donde comandó las operaciones contrarrevolucionarias en Nicaragua y en El Salvador en los 80.

En Argentina, como hemos dicho, único país en el que la derecha desaloja a un gobierno progresista por vía de las urnas, una vez relegitimado el poder gubernamental a partir de las recientes elecciones para legisladores nacionales en octubre de este año (donde se imponen con más de 10.000.000 de votos a nivel nacional), hacen sentir el peso de la suma del poder público (control de las principales firmas productivas y financieras, control del aparato institucional de los gobiernos nacional, de las principales provincias y de la ciudad capital, control de la banca pública y privada, de las corporaciones mediáticas, de las fuerzas armadas, del poder judicial, etc.) acelerando la imposición de condiciones para la concentración de capital.

Sin embargo, no es desdeñable que la oposición progresista encarnada en la conducción de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner haya obtenido 5.000.000 de votos, de los cuales 3.500.000 corresponden al proletario y estratégico conurbano bonaerense, cuya territorialidad fue base de procesos de resistencia cuando se aplicaron los mismos proyectos neoliberales y puede volver a serlo. Esa memoria reciente de resistencia y lucha de los años ‘90 no fue cortada y desmembrada por ningún baño de sangre como sí lo fue aquella que con tanto esfuerzo tuvimos que reconstruir en los ‘80 y ‘90. Hace falta mucha militancia perseverante, combativa y formada para hilar esa memoria a la experiencia actual de degradación de la vida cotidiana de nuestro pueblo que se expresa en la disminución del poder adquisitivo del salario, de los despidos y falta de empleo y del creciente clima represivo. Construir la resistencia social, pero esta vez con proyecto, expresión y representación política cuya base ya está constituida, y que deberá ser necesario ampliar para disputar espacios de poder territorial institucional y gubernamental.

Países como Colombia, Perú, México, Paraguay, Honduras, Costa Rica y Panamá se encuentran bajo la órbita directa del radar de mando imperialista. Órbita a la que Chile se suma gustosa aun teniendo un gobierno que, si bien se autoproclama progresista, hace con frecuencia las veces de “empleado del año”, tal como sucedió en su asedio a Venezuela como anfitrión de golpistas en su territorio y en sus embajadas, pero que además perpetúa los dispositivos necesarios para continuar inoculando la sobredosis de mercantilización e hipercontrol de la vida de lxs chilenxs, que entrampadxs aun en la lógica de democracia o dictadura y con una derecha fascista que le hace honor a esa lógica, soportan un “progresismo neoliberal”. En Paraguay el stronismo pesa fuerte también aún hoy y delimita la cancha situando las contradicciones hacia la derecha. En Colombia la salida de la guerra civil abre panoramas que en los papeles son muy esperanzadores en cuanto a la progresividad de los acuerdos de paz en variados aspectos, pero en la realidad se hace muy complejo el cumplimiento y aplicación de los mismos. Estará por verse cuánto de las contradicciones sociales y políticas que surcaron muy polarizadamente al país durante 60 años pueden dirimirse por vía institucional el año próximo en el proceso electoral. Mientras tanto, los asesinatos selectivos y calificados de dirigentes, referentes y militantes no cesan, y la impunidad con la que actúan los paramilitares disputando territorios dejados por las FARC dificulta la vida de lxs campesinxs.

Sin embargo, en el contexto de este empate catastrófico regional, la liga de gobiernos de derecha, bajo la supervisión imperialista y la coordinación de Luis Almagro en el ministerio de lo que considera sus colonias, la OEA, si bien ha arremetido en variadas ocasiones, no ha podido concretar medidas punitorias contra la Revolución Bolivariana. No ha podido aplicarle la “carta democrática” y, hay que decirlo, en gran medida por el posicionamiento de los pequeños países caribeños involucrados en la solidaridad bolivariana.

Esa liga de presidentes de derecha se ha visto entonces compelida, para cumplir los mandatos del imperio, a conformar un nuevo espacio anti-bolivariano, antichavista y contrarrevolucionario, pues sus amos ya no quieren embarcarse solos –como lo hicieran en el pasado- en el aniquilamiento de los procesos populares y sus protagonistas. Solo consiguieron suspender a Venezuela, con la oposición de Bolivia, de un Mercosur que se encuentra boyando en busca de migajas en la negociación con la Unión Europea, buscando tratados de libre comercio a contramano de los deseos de quien se cree actualmente jefe del imperio y del mundo.

En estos países de la liga de gobiernos de derecha se encuentran numerosas bases militares estadounidenses y se vienen realizando ejercicios conjuntos con esas fuerzas armadas imperiales. Especialmente debemos destacar la que recientemente (noviembre de 2017) se realizó en Tabatinga, Brasil, en la triple frontera con Colombia y Perú, de la que también participó el Comando Sur de los EEUU. Existen variados trabajos8 que muestran la importancia estratégica de estos ejercicios para la coordinación de un ataque conjunto a tierras bolivarianas en un sentido amplio (Venezuela está en la mira pero también desde ese corazón amazónico se accede a Bolivia), al tiempo que también practican con intensidad creciente el injerencismo para intentar conducir una derecha que no logra articularse ni conseguir legitimidad frente a la fuerza moral y política del evismo y el chavismo.

Pero como expresó el presidente obrero Nicolás Maduro Moro en su conferencia de prensa pasados dos días del triunfo electoral en las elecciones regionales del 15 de octubre, la correlación de fuerzas políticas no se mide solo en términos gubernamentales, sino en el plano de la organización y movilización social y política de los pueblos:

Hay una correlación de fuerzas distinta desde el punto de vista de los gobiernos, y ahorita pudiéramos decir hay un equilibro distinto de fuerzas entre los gobiernos de derecha y los gobiernos progresistas. Fue muy fuerte el golpe de estado contra la presidenta Dilma Rouseff, fue fuerte la perdida electoral en la Argentina y la toma del poder de un gobierno neoliberal extremista de derecha. Pero desde el punto de vista popular Venezuela tiene la simpatía y el apoyo de todos los movimientos sociales del continente. Somos una referencia de los movimientos a lo largo y ancho de los 33 países de América latina y el Caribe y tenemos extraordinarias relaciones con aquellos países que no están subordinados a la política imperial de Washington, extraordinarias relaciones de cooperación. Yo creo que la victoria del 15 de octubre en Venezuela forma parte de una nueva ola de victorias progresistas revolucionarias nacionalistas y populares que va a recorrer todo el territorio de América latina y el caribe y va a permitir recuperar la correlación de fuerzas favorables de gobiernos progresistas en nuestro continente. Venezuela vuelve a marcar la pauta hacia una recuperación. Nunca antes hubo la fuerza que hay.

A pesar de la artillería pesada descargada día y noche sin pausa por las usinas de manipulación de conciencia mediante periódicos, programas televisivos en los horarios prime time, bombardeo en las redes sociales, entre otros, la revolución bolivariana cuenta también con un importante nivel de solidaridad a nivel mundial expresada, por ejemplo, en la última Jornada Internacional de Solidaridad “Venezuela somos todos y todas” a la que asistimos 220 delegadas y delegados de 60 países del mundo. El internacionalismo bolivariano también se desplegó con fuerza por ejemplo en la “Contracumbre de los pueblos” realizada en Mendoza en julio de 2017, organizada por primera vez en años sin apoyos gubernamentales, paralelamente a la cumbre oficial del Mercosur en la que se suspende a Venezuela. También en los homenajes por los 50 años de la caída en combate del comandante Che Guevara realizados en octubre en La Higuera, Bolivia, que se constituyó como otro hito del nuevo internacionalismo guevarista y chavista.

La correlación de fuerzas también debe medirse en función de la capacidad de frenar o disgregar la fuerza enemiga, cosa que logran muy bien al menos en el nivel de la articulación interna de esa fuerza, pues como lo señalara el indispensable analista Marco Teruggi, existen tres niveles de mando de la contrarrevolución bolivariana, puestos de manifiesto durante la ofensiva violenta entre abril y julio de 2017: el plano estratégico, que lo decide el Departamento de Estado; el operativo, que está a cargo del Comando Sur, y el táctico, en manos de la oposición de derecha9.

Otra dimensión fundamental consiste en ponderar la relación de fuerzas políticas internacionales que se expresa en la articulación mediante proyectos económicos e inversiones conjuntas desplegadas con otras potencias emergentes como China y Rusia y países como Irán o Bielorrusia, así como la articulación soberana a través de la revitalización de la OPEP y de la organización de los países no alineados (MNOAL).

 

Un nuevo momento de la lucha de clases

Sin duda todo este panorama heterogéneo de las relaciones de fuerzas regionales repleto de hechos dramáticos pero también luchas y fortalezas, nos indica que vamos a hacia un momento más complejo y agudo de la lucha de clases con un carácter menos pacifico e institucional que el que tuvimos hasta 2015.

La aprobación de leyes antiterroristas en varios de nuestros países, incluso desde gobiernos progresistas –como el que tuvimos en Argentina- dejó sembrado un terreno para que ahora, bajo otra dirección política, desde los gobiernos puedan apuntar las fuerzas armadas militares hacia el control del orden interno10. Es el caso de Honduras con el dictado del estado de excepción para frenar el levantamiento popular suscitado frente al fraude; y también el de México, donde se acaba de aprobar la ley de seguridad interior11. Estas leyes, además, constituyen una base que puede legitimar el despliegue de ejercicios militares con el Comando Sur que ya se vienen realizando en diversas zonas de la región12.

Es decir, vuelven a generase las condiciones más “normales” del capitalismo en las que el estado toma una forma más definidamente opresiva y excluyente y la lucha de clases se debe librar por fuera de las instituciones más cabalmente controladas por los cuadros políticos del capital concentrado con pocos o nulos resquicios para la lucha institucional. Lucha que de todos modos no debe abandonarse, sobre todo si hay una correlación de fuerzas políticas institucionales que puede rendir algún fruto o buen resultado electoral en cualquier ámbito. Pero sin duda, como afirmó el dirigente del MST Joao Pedro Stedile, “sólo la lucha de masas altera la correlación de fuerzas”13. Por eso sembrar la resistencia, la lucha y la organización, construyendo una unidad política que exprese la oposición a las políticas del capital concentrado al mismo tiempo que se forja un escudo de defensa a los gobiernos revolucionarios o progresistas en pie, constituye nuestra prioridad política del momento.

 

Reflexiones finales

Retornando a la idea que cuestionábamos en la introducción acerca de la vigencia de la revolución en las “agendas” de los pueblos, es importante definir qué entendemos hoy por revolución pues, como afirmara el comandante Fidel Castro, es sentido del momento histórico. El concepto de revolución remite a aquellas luchas de masas intensas con horizontes antiimperialistas y anticapitalistas que dan origen a un cambio radical mediante la toma del poder, como Cuba; pero en esta etapa histórica en Nuestra América refiere más a la articulación de las luchas de masas y la toma del gobierno para la disputa del poder, abriendo procesos revolucionarios con características pacificas como lo había sido la corta experiencia en la Chile de Allende, y como lo es hoy en Bolivia y en Venezuela. En estos casos se producen reformas revolucionarias, como bien las define nuestro Atilio Borón, teniendo en cuenta que no es posible alcanzar esa meta en un territorio aislado –y menos aún si se trata de territorios periféricos o dependientes del capital- si no es mediante la integración regional solidaria y complementaria, con la necesaria extensión planetaria para lograr ese horizonte.

De esta manera, aún en los procesos revolucionarios vigentes en los eslabones débiles del capitalismo, hacer la revolución, como lo ha expresado Álvaro García Linera14, es expandirse y “ganar tiempo” o ganar tiempo para expandirse:

Las revoluciones están condenadas al fracaso si no se instalan en el corazón capitalista, si no se vuelven planetarias. Y entonces la esperanza en la que se juega un revolucionario en un país alejado, marginal, en las extremidades, en el eslabón más débil es la esperanza de irradiación. Y para eso necesito tiempo. Una revolución tiene que expandir y ganar tiempo. En su radicalidad, ganar tiempo a la espera de que otras revoluciones estallen en otras partes. Tiempo, la desesperación por el tiempo. La desesperación porque en el país de al lado surja algo (…). Si quedo solo lo único que hago es postergar el fracaso (…) a la espera de que sucedan otras cosas en el mundo. Pero así avanza la historia. Si no hubiera habido esa apuesta al futuro [la revolución rusa], el mundo hubiera sido muy distinto en el siglo XX. No hubiéramos tenido el estado social, no hubiéramos tenido el estado de bienestar, no hubiéramos tenido los estados nacional-populares en América Latina, que en el fondo fueron las estrategias de contrainsurgencia comunista.

Las consecuencias sociales de empobrecimiento, marginalidad, desocupación y aumento de la competencia para sobrevivir generadas por las crisis orgánicas del capital generan respuestas populares solidarias en aquellxs que logran construir la conciencia y el entendimiento de las causas del empeoramiento de sus condiciones de vida y buscan salidas colectivas de organización popular que cuestionen en algún grado al sistema. Mientras que otras partes del pueblo, por el contrario, manipuladas por las omnipresentes usinas ideológicas, exacerban su idiosincrasia burguesa individual encontrando las culpas en el/la inmigrante trabajador y en sus semejantes generando repuestas xenófobas, chauvinistas, retrógradas y conservadoras que postulan la vuelta a alguna grandeza nacional de la que jamás disfrutaron. La reconducción económica y social hacia la recomposición de la tasa de ganancia y la acumulación capitalista luego de la crisis del ‘30 en el siglo XX condujo inevitablemente a esa polarización social. En aquellos momentos, desde el corazón de la nueva Roma capitalista se diseñó la salida proteccionista fortalecida con los estados de bienestar, luego exportados desde EEUU a la Europa capitalista como manera de generar un escudo social o vacuna anticomunista y que tuvo su impacto en los países dependientes en los que se constituyeron estados de bienestar “a la criolla”. Estas últimas experiencias de la segunda ola independentista entre mediados de los ‘30 y mediados de los ‘50, aunque hayan brotado de una estrategia contrainsurgente, como explicaba García Linera, desde estas latitudes las dotamos de fragor y lucha popular gestando verdaderos proyectos nacionales-populares que, por su propio desarrollo, pusieron trabas a la lógica de acumulación del capital. Esa ampliación de la ciudadanía hacia los limites mismos del grado máximo de emancipación en el capitalismo que es la emancipación política –como explicaba Marx en La cuestión judía (1844)- preparó el terreno para la lucha por la emancipación social, lo que fue claramente advertido por las clases dominantes que retomaron el control estatal volteando esas experiencias mediante golpes de estado oligárquicos.

En esta nueva crisis orgánica del capital desarrollada desde sus entrañas a partir de 2007/2008 asistimos a una nueva polarización social mundial en la que, al no existir contrapeso –como sí lo había antes a partir de la amenaza que la sola presencia del campo socialista representaba- las salidas desde los gobiernos imperialistas y capitalistas del corazón occidental apuntan al mercado interno pero sin estado de bienestar. Aunque surgen algunas opciones por izquierda como la que conduce Jeremy Corvyn en Inglaterra, Jean-Luc Mélenchon con La France Insoumise, o Bernie Sanders en EEUU, que son rápidamente obturadas para asegurar en el timón de los gobiernos al ala más dura y conservadora del capital concentrado.

En cambio, es en algunos países de América Latina donde se han ensayado respuestas para salir de las crisis por medio de la redistribución y el bienestar. Si esos estados de bienestar, los proyectos nacional-populares, constituyeron una salida contrainsurgente a mediados del siglo pasado, hoy constituyen el terreno desde el cual partimos para profundizar esas demandas democráticas incluso en tensión con los marcos fundamentales del capital. Nos referimos por supuesto a ese núcleo duro del cambio de época progresista en América Latina que hemos caracterizado como “estados de transición”. Debemos señalar que de no reiniciar la expansión de las fuerzas progresistas hacia otros gobiernos nuestroamericanos se corre el riesgo de tornar crónico ese carácter de transición, anclándolo más en las estrategias de supervivencia y defensa de las conquistas principales que en el desarrollo independiente y emancipador.

Pero ese terreno histórico que en nuestra América se retoma en la tercera ola independentista del siglo XXI constituye una plataforma de conquistas sociales sedimentadas en la memoria histórica, una especie de leche materna ideológica15 de justicia social renovada a partir del ciclo progresista actual. Tanto las conquistas recientes como la fase previa de luchas y resistencias contra las políticas de la oligarquía financiera tejen una memoria de corto plazo que, junto a la organización popular, constituye la base para la necesaria construcción de la resistencia a la nueva embestida recolonizadora. En este afán por recuperar la iniciativa perdida en su “patio trasero” en los albores del siglo XXI, el imperialismo ya ensaya diversos mecanismos para desarticular la organización popular de masas que en el pasado solo fue posible mediante el terrorismo de estado. Por eso nos preguntamos hasta cuándo nos dejarán ganar elecciones16. Al cierre de este artículo se estaba intentando fraguar un nuevo fraude que pretende sellar la restauración de la hegemonía yanqui en Honduras luego del golpe contra Manuel Zelaya Rosales en junio de 2009 al poco tiempo de entrar al ALBA (Alternativa Bolivariana Para los Pueblos de Nuestra América), fraude ya desplegado en México y probable ensayo y preludio del que intentaran realizar nuevamente contra Andrés Manuel López Obrador en este país y –de no poder impedir antes la candidatura popular de Lula- también en Brasil, ambos con chances de ganar elecciones el año próximo en estos países estratégicos de nuestra región.

En el caso de los procesos revolucionarios que están en pie se agudiza la estrategia del cerco en orden de su propio mérito: el bloqueo total (Cuba), el bloqueo progresivo (Venezuela) y la injerencia cada vez más desenmascarada (Bolivia).

Las reformas revolucionarias en estos dos casos, a diferencia de la experiencia cubana en los ‘60, no pueden avanzar demasiado en la construcción del socialismo en esta etapa de aislamiento del núcleo duro del ciclo progresista por ejemplo mediante la expropiación masiva al capital, porque esa oligarquía financiera, que es la que ejerce el verdadero poder en el planeta, tiene un anclaje territorial de otro tipo en América Latina. A manera de ejemplo: ¿se puede expropiar el portal Dólar Today? No. Opera desde EEUU y tiene una influencia directa en el control de precios de la economía venezolana.

Tampoco es posible cerrarse por completo hacia un desarrollo puramente endógeno en el marco de nuestras economías subdesarrolladas y sustraernos al desarrollo de unas fuerzas productivas cada vez más internacionalizadas, por lo cual el fundamentalismo antiextractivista que proponen algunxs vocerxs del ambientalismo es una utopía regresiva. Pero la defensa de las conquistas sociales obtenidas y los grados de soberanía e independencia logrados contrastan en todos los aspectos con la regresión sistemática que atraviesan los pueblos gobernados por los cuadros o “CEO’s” de las oligarquías financieras.

Paradójicamente, los eslabones más fuertes de nuestra América en términos económicos, geoestratégicos y geopolíticos, como lo son Brasil y Argentina, fueron a su vez los eslabones más débiles en cuanto a la moderación política de sus reformas progresistas limitadas por acuerdos con las fracciones del capital con las que integraban la propia fuerza social-política (alianza) en los gobiernos. Esos eslabones fundamentales que hemos perdido los pueblos a manos de la derecha más recalcitrante son los que ponen en jaque la construcción de la emancipación nuestroamericana.

Sin perder de vista que la defensa estratégica de esa construcción pasa hoy por defender y armar un escudo solidario que proteja su núcleo duro: Venezuela, Bolivia, Cuba, y también Nicaragua y El Salvador, la reconstrucción de la resistencia social, al tiempo que la articulación política para lucha y disputa electoral por el control de los aparatos del estado, las instituciones y los gobiernos de los pesos pesados en Nuestra América como Argentina, Brasil y México, se torna imprescindible para retomar la senda de la Patria Grande. Solo así ganaremos tiempo y, tal vez, revoluciones.

Agradezco la lectura y aportes críticos a este artículo de Atilio Borón.

Paula Klachko es Lic. en Sociología UBA, Dra. en Historia UNLP, Prof. UNDAV-UNPAZ e Integrante de la REDH.

1 ¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias? (2016). Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/fin_de_ciclo-2.pdf
2 La primera ola obviamente fue la que, mediante las guerras de principios del siglo XIX, consiguió la independencia de la mayoría de nuestros países (con la excepción vanguardista de Haití), procesos que luego fueron hegemonizados por las fracciones oligárquicas y que pudieron generarse en el contexto de la crisis del imperio español. La segunda fue la de los movimientos nacional-populares desarrollados entre mediados de los ‘30 y mediados de los ‘50 con la anticipación de la revolución mexicana en 1910 y la culminación de este momento con la Revolución Cubana, que logró conjuntamente la emancipación nacional y social. Todos ellos, a excepción de Cuba, derrotados y reconducidos hacia la hegemonía oligárquica nuevamente, experiencia a partir de la cual comienzan a formarse fuerzas social-políticas revolucionarias que serían derrotadas, antes de consolidarse como tales, por los brazos armados estatales de las oligarquías bajo coordinación de agencias estadounidenses como la CIA. Esta segunda ola fue posible en el contexto de un mundo bipolar, mientras que la tercera ola se da con el advenimiento de la multipolaridad en la que destacan China y Rusia.
3 Así lo hemos denominado en el libro Desde Abajo. Desde Arriba. De la resistencia a los gobiernos populares: escenarios y horizontes del cambio de época progresista en América Latina, (2016) Klachko P. y Arkonada K., Buenos Aires, Editorial Prometeo.
4 Nos referimos a la conceptualización de los momentos o grados de las relaciones de fuerza para el análisis de las situaciones desarrollada por Antonio Gramsci. (1997) Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Buenos Aires, Nueva Visión.
5Debemos diferenciar las nociones de “lucha por arriba” de la de “lucha desde arriba” con la que Lenin en su Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, definía a la lucha del pueblo o del proletariado desde las esferas del estado, sin abandonar la lucha desde abajo.
6 ¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias? (2016). Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/fin_de_ciclo-2.pdf
7 Si bien el triunfo electoral de Alianza País generó una bocanada de oxígeno en la región luego del golpe en Brasil, el presidente Lenin Moreno ha entablado una guerra con el conductor de la Revolución Ciudadana, ex presidente Rafael Correa, en el que éste acusa al primero de virar hacia la derecha.
8 Véase por ejemplo él interesante trabajo de Ana Esther Ceceña y David Barrios Rodríguez: https://www.telesurtv.net/opinion/Venezuela-invadida-o-cercada-20171103-0059.html, así como varios de los publicados por María Fernanda Barreto en Misión Verdad (http://misionverdad.com/)
9Idea expresada por Teruggi en Voces del mundo, del 4 de julio de 2017.
12 Debemos mencionar que en nuestro país el senado de la nación aprobó por mayoría (con la sola y honrosa excepción de 2 senadoras) un dictamen conjunto para la realización de 22 ejercicios militares, algunos de los cuales incorporaban a los EEUU que luego no fue aprobado en diputados.
13 Entrevista realizada por Pablo Solana y Gerardo Szalkowicz, http://www.marcha.org.ar/34381-2/
14 Conferencia «La Revolución Rusa de 1917: Democracia y Estado». Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. Publicado el 10 nov. 2017 Minuto 56 https://www.youtube.com/watch?v=9-CSWmf1eM4&feature=youtu.be
15 En el sentido del historiador George Rudé.
16 Esta pregunta nos hacíamos con Katu Arkonada en 2015 al terminar el citado libro.

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