[Por Diego Motto]
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias en que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado.”
Carlos Marx, 18 Brumario
Los grupos humanos no somos enteramente libres. Tampoco estamos absolutamente determinados por el peso de la historia. La frase de Marx brinda luz sobre esa dimensión que existe entre la capacidad de hacer repetir lo conveniente para los de arriba, y el libre pensamiento de futuros utópicos o inclusive bizarros, realizables sólo en el marco de la ficción.
La política, bien entendida, es el arte de construir realidades que habitan entre esos cuarteles, y por lo tanto dependen casi por completo de la inventiva, la osadía y la voluntad de los colectivos humanos para materializarse. Pueden, o no, existir. Son potencia, y por lo tanto pueden desarticularse como potros sin galopar, estrellarse contra el cordón de la vereda por errores de cálculo, o explotar en la cotidianidad de millones modificando la realidad de manera irreversible.
Ante cada coyuntura no existe un futuro predeterminado, pero tampoco un futuro factible de ser imaginado como posible por fuera del peso de estructuras, tradiciones e inercias; ante cada coyuntura siempre hay algunas opciones. Son los grupos humanos, con sus herramientas, quienes van desplegando un hilo de entre la madeja de posibilidades que se abren o se cierran a partir de los movimientos de las estructuras.
MACRILANDIA
El macrismo plantea un proyecto claro y visible. Su voluntad es hacer de la Argentina el país que desde hace largas décadas exigen y reclaman sus sectores económicamente más competitivos. Responde a una lógica este planteo: en Argentina conviven sectores económicos muy rentables a nivel mundial (agro exportadores fundamentalmente) con sectores económicos que, para desarrollarse y sobrevivir, necesitan de un mercado interno dinámico y pujante, que, para mantenerse en movimiento, necesitan, a su vez, quitarle por medio de políticas de Estado recursos a los sectores económicos más competitivos, que no quieren perder ganancias ni rentabilidad, a menos que vean peligrar la seguridad jurídica de sus negocios.
Los movimientos y tensiones de este triángulo de elementos han marcado y configurado la historia política y económica de nuestro país y de la región al menos desde la crisis del ´30, aunque podría argumentarse que ciertas líneas de continuidad se arrastran desde pleno siglo XIX. Lo cierto es que la dinámica de este triángulo de elementos ha sido de turbulencias e inestabilidades; stop and goes, bruscas modificaciones por cambios en los precios internacionales de las commodities. Cualquier proyecto emancipador tiene que pensar propuestas para convertir en virtuoso para las mayorías la vinculación entre estos elementos; los sectores concentrados vienen desplegando en la realidad su propia versión virtuosa de cómo debería funcionar esa figura geométrica.
El gobierno de ricos pretende curar en salud éste intríngulis, resolverlo de una vez por todas, llevando adelante en lo concreto el modelo de país que pretenden sus sectores más competitivos, y para eso se han propuesto amansar y domesticar a una población demasiado acostumbrada al ruedo de un pujante mercado interno, cuyo sector productivo pretenden simplemente pasar a desguace.
Si lo excepcional de Argentina en el siglo XX tuvo que ver con que, en una zona alejada de las metrópolis centrales, muy positivas condiciones en términos geográficos no tuvieran como único o principal resultado una élite aristocrática fortalecida, sino una llamativa magnitud de capas medias, un proceso de industrialización mercado internista y un fuerte empujón desde el Estado para desarrollar un modelo diversificado y de relativa potencia regional (como mínimo, y con sus avances y retrocesos, desde 1930 hasta esta parte); para el PRO se trata ahora de que Argentina cumpla de una vez el rol que un país chico ubicado en la zona más austral del mundo puede y debe tener a los ojos vista de las clases dominantes propias y ajenas. Es decir, el proyecto de Cambiemos es realizar una verdadera utopía de derechas en Argentina, y que el país pase a ocupar un lugar de “normalidad” de acuerdo a las expectativas de las potencias occidentales.
Ahora bien, el visible humor social, las encuestas de estos meses, y los sucesos económicos de mayo y junio han vuelto a poner arriba de la mesa la posibilidad de que el macrismo no logre renovar su posición al mando del Estado Nacional en las próximas elecciones, y quede a mitad de camino la realización de su utopía reaccionaria.
Ha ingresado al escenario de lo posible una derrota electoral de Cambiemos. Puede o no ocurrir. Dependerá de la acción de las mujeres y hombres, de cuánto se organicen y luchen; pero también de cuánto puedan construir una correlación de fuerzas, un armado y un proyecto que logre convencer a millones de que hay algo superador a la utopía reaccionaria del Pro.
¿QUÉ HACEMOS?
Los elementos centrales de la coyuntura parecieran haberse fijado hacia el 2019; y si bien Argentina es un país especialmente dinámico, y resta un diciembre por delante, es difícil pensar que estas variables se modifiquen demasiado. Cambiemos no llegará en un buen momento al 2019. Amplios y diversos sectores sociales llevarán a cabo acciones de rechazo de manera frecuente, que pueden aumentar o bajar su masividad y radicalidad hacia diciembre. El peronismo seguirá en proceso de crisis y reordenamiento, con presiones para llegar a un ballotage, y al mismo tiempo no perder el control del Estado en los terruños que maneja.
El debate en común de quienes pretendemos aprovechar la oportunidad y desbancar a Cambiemos, pasa por intentar que no se repita el 2017, que tuvo enormes movilizaciones y acciones de protesta contra medidas de Cambiemos, y victorias del macrismo en las elecciones.
A diferencia de lo que ocurre en Brasil, el 2017 y lo transcurrido durante este 2018 demuestra que en Argentina el debate político de la oposición no está configurado a partir de las posibilidades de construir un escenario que coloque en el centro a una figura de por sí ganadora. Para construir un proyecto que logre representatividad hacia las y los descontentos, frustrados y contrarios al oficialismo, no alcanza con ubicar a la principal figura pública del período anterior como contrincante electoral del macrismo. Esto, para lo que abre y para lo que cierra en términos de posibilidades, es hoy un hecho estadístico de la realidad.
Al mismo tiempo, no hay referencias que puedan reemplazar, en su misma escala, a la figura de Cristina Kirchner. La salida a este laberinto no radica en inventar un liderazgo de la noche a la mañana, ni en insistir con CFK a pesar de los datos de la realidad. Entonces, el primer debate necesario para elaborar una estrategia que apunte a construir antimacrismo competitivo hacia el escenario electoral del 2019 tiene que ver con construir los mejores términos posibles para ubicar allí el debate político venidero. ¿Las elecciones del año próximo serán una disputa entre liderazgos, o entre identidades o espacios políticos?
El macrismo blinda a Vidal, y repite que Macri sigue vivo como líder político, a sabiendas que en términos de figuras construidas corre con ventaja. Al mismo tiempo, la Justicia intervino el PJ y el oficialismo mantiene activa la interpelación a gobernadores de ese espacio para operar posibles rupturas o condicionamientos hacia el 2019. Para la oposición, no caben dudas de que lo ideal, en términos de potencia electoral, es ubicar el debate hacia 2019 en términos de espacios políticos, lo más atado posible al debate sobre proyecto de país.
Hasta ahora, además de la del FIT, de quien es esperable que continúe con su política habitual, por lo que no es ampliable al conjunto, la oposición tiene dos opciones a ser transitadas hacia el 2019. Ninguna garantiza derrotar al oficialismo. Al mismo tiempo, ambas son parte de las posibilidades abiertas por la etapa y la coyuntura.
Una posibilidad es fortalecer la polarización macrismo vs. peronismo, y que el conjunto de los sectores no peronistas aporten a que esa identidad sea lo más amplia y, al mismo tiempo, lo más representativa posible de un proyecto distinto y en pugna con Cambiemos. Un pan-peronismo antimacrista como objetivo a construir.
Otra posibilidad es intentar articular fuerzas de diversas tradiciones políticas (incluyendo a sectores del peronismo) donde el factor de unidad sea más el antagonismo con el proyecto oficialista que la pertenencia a una identidad política partidaria preestablecida.
El peronismo es la principal identidad política del campo popular, y al mismo tiempo el espacio político más importante del sistema de partidos en Argentina desde hace setenta años. La necesidad de aprovechar el mal momento del oficialismo genera a su interior una presión lógica por utilizar ese acumulado hacia el 2019. La crisis que desde hace años arrastra ese espacio político, más la incapacidad de resolver un esquema de liderazgos claros, sumado al ambiguo comportamiento de algunos de estos sectores hacia políticas del macrismo, marcan debilidades no menores que podrán ser utilizadas por un desgastado Cambiemos en aras de revalidar el año que viene, aunque sea a la baja y como mal menor, su mandato en el Poder Ejecutivo Nacional.
La conclusión de que Cambiemos ganó en 2015 -entre otros factores- porque supo capitalizar una demanda de renovación política existente en la sociedad, sumado a la confirmación de que la baja legitimidad de Cambiemos no implica mecánicamente una suba de la legitimidad de las principales figuras o estructuras opositoras, más la obviedad que los damnificados por las políticas del oficialismo no son englobables o propios de una identidad política establecida, sino sectores sociales aunados en su bronca, descontento y mal pasar, pero a ser articulados por la positiva a partir de lo que sea capaz la creatividad política, obligan a reflexionar sobre la potencia electoral de armados donde la transversalidad y la novedad en cuanto a identidades políticas sea exhibida como una virtud y no como una carencia.
HAY FUTURO
En el peronismo se continúa debatiendo sobre las posibilidades de construir un espacio unitario hacia 2019, que garantice un escenario de ballotage. Excede a las fuerzas del campo popular el devenir de esos debates, y sus concreciones.
Mientras tanto, a principios de junio se lanzó el espacio En Marcha, que ha logrado aunar a organizaciones del campo popular de muy distintas tradiciones, trayectorias y pasados políticos. Una ejemplar novedad, hecha posible sin dudas a la luz de lo que abre la presente coyuntura.
Estos movimientos confirman la existencia de estas dos hipótesis hacia 2019. Serán los colectivos humanos, en las condiciones que los enmarcan, quienes darán impulso o no, quienes definirán los alcances y los límites de estas apuestas.
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