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El laboratorio político rosarino

Por Franco Ingrassia

Escribir acerca de una experiencia política concreta (en este caso Ciudad Futura, partido de movimiento de Rosario) es donarse al malentendido: siempre existe el riesgo de que se interpreten las reflexiones presentadas como si se estuviese proponiendo un modelo de referencia o como si la descripción local no guardara mayor interés para experiencias localizadas en otros lugares. Sin embargo, la apuesta se mantiene: elucidar parte de un trayecto colectivo puede llegar a servir como insumo para otras organizaciones y procesos de transformación política. Dependerá de que el trabajo de lectura pueda devenir en un trabajo de apropiación.

De lo que se trata entonces en el presente artículo es de Rosario como laboratorio político. De analizar, a partir de determinadas hipótesis políticas, los resultados de una experimentación militante siempre en curso.

 

Los movimientos (2005-2015)

La experiencia viene precedida por casi una década de militancia territorial autónoma. Giros y el Movimiento 26 de Junio, movimientos sociales que luego confluirían en Ciudad Futura, desarrollaron durante esta década buena parte del método de construcción que constituiría y sigue constituyendo el eje de gravedad de Ciudad Futura desde sus inicios (y es por eso que hablamos de ‘partido de movimiento’).

Podríamos exponer este método de construcción por medio de tres nociones clave: autonomía, territorio y prefiguración, siguiendo la secuencia con la que fueron integrándose a la experiencia colectiva.

La autonomía está en el principio. Como tantas experiencias surgidas luego de 2001, los movimientos partían de una premisa: independencia de toda organización preexistente: partidos, sindicatos, organizaciones religiosas. Y capacidad para “darse a sí mismas su propia ley”. La horizontalidad, la lógica asamblearia (que luego plantearía nuevos desafíos conforme crecía la organización –actualmente de varios cientos de militantes-). El criterio de que toda decisión fundamental sea tomada por quienes luego vayan a sostenerla con el cuerpo se consolidaría como el núcleo de una cultura política. Sin ese núcleo sería imposible que la militancia en los territorios haya tomado la forma que tomó.

Como decíamos, el principio de autonomía fue parte del ADN de ambos movimientos. Pero fueron los inicios de la militancia, el encuentro con los territorios, los que permitieron que la autonomía pasara de principio abstracto a modo concreto de construir organización y transformación social. Eso es la autonomía pensada desde el territorio. Ahora, ¿qué es el territorio pensado desde la autonomía? No tanto un “recorte” de la realidad ni una “parte” de una trama más vasta, sino una fuente de orientación. Una ética de la autonomía sólo sabe qué hacer en su encuentro con un territorio concreto, con sus problemáticas singulares, con las dificultades, deseos y proyectos de quienes lo habitan cotidianamente.

Para Giros fue Nuevo Alberdi, en el noroeste. Para el Movimiento 26 de Junio, Tablada, Moreno, Vía Honda, en el sur de la ciudad. Territorios distintos con problemáticas distintas redundaron en prácticas distintas. Desde la lucha contra la especulación inmobiliaria en Nuevo Alberdi hasta el problema de la violencia urbana y el modo en el que vulnerabiliza brutalmente la trama social y comunitaria en el sur de la ciudad. Sin embargo, el posterior acercamiento entre estos dos movimientos revelaría la proximidad de las lógicas de construcción subyacentes en cada experiencia: el principio de la autonomía. Una política orientada por la especificidad de un territorio sólo es posible desde la autonomía; de otro modo, el territorio, en lugar de fuente de orientación, se convierte en zona de impacto de políticas pensadas en otro lugar, en función de otras consideraciones.

La militancia territorial autónoma, pensar en y desde el territorio, también puede aportar elementos para complejizar el análisis político más general. Si bien esa secuencia militante se desarrolla durante un período íntegramente comprendido en la etapa de gobiernos nacionales kirchneristas (2005-2015), se trata de luchas contra el neoliberalismo. Porque la violencia urbana y la especulación inmobiliaria son consecuencias directas de una forma neoliberal de hacer ciudad que no encontró dificultades para desarrollarse en Rosario como mínimo desde 2003, año de inicio de la primera intendencia rosarina del actual gobernador de la provincia de Santa Fe Miguel Lifschitz. Estas heterogeneidades entre las periodizaciones nacionales y las locales se leen mejor desde los territorios.

Pero sigamos avanzando. La experimentación militante de la hipótesis política de la autonomía en los territorios, la necesidad de encontrar modos en los que estas prácticas colectivas adquiriesen la mayor consistencia y eficacia transformadora posibles, llevaría a un descubrimiento fundamental: el método de la prefiguración. ¿De qué hablamos cuando hablamos de prefiguración? De ir construyendo, aquí y ahora, con las fuerzas de las que dispongamos, la sociedad que queremos para mañana. Más allá de la política como denuncia de un estado de cosas. Más allá de la política como resistencia a las iniciativas de los poderosos. Sin desconocer tales dimensiones, pero no haciendo de la denuncia y la resistencia un horizonte. Podemos hablar también de la prefiguración como “el presente del futuro”. El modo en el que, mediante la práctica militante y el trabajo colectivo, el futuro se va materializando.

Y también podemos ser más concretos: avanzar en la educación que queremos construyendo dos escuelas de gestión social (la Ética en Nuevo Alberdi, el Bachillerato Popular en Tablada) en las que más de un centenar de pibas y pibes de la periferia terminan la secundaria y pueden pensar cómo quieren vivir. Ir más allá de la crítica al consumo desarrollando la Misión Anti Inflación, una red de consumo colaborativo para casi mil familias rosarinas (y toda una red de productores autogestivos, cooperativos y regionales que la abastecen). Potenciar la autogestión productiva mediante la combinación de microcréditos, capacitación y vinculación entre productores (proyecto Impulsar). Construir un espacio de producción cultural cooperativa de escala como el Distrito 7. Demostrar que la periferia de las ciudades puede tener un destino productivo y no sólo de villa miseria o barrio privado, como lo hace el Tambo La Resistencia. Desarrollar campañas de salud colectiva allí donde el Estado no sabe, no quiere o no puede hacerlo, como es el caso de Territorios Saludables. Ensayar nuevos modos de gestión social del conocimiento desde la Universidad del Hacer. Cada uno de estos proyectos prefigurativos se monta sobre problemáticas concretas; desarrolla sus propias prácticas y lenguajes y se despliega con autonomía propia.

La prefiguración entonces pone en juego un hacer concreto, un arduo trabajo militante de producción de instituciones no-estatales, de figuras organizativas de nuevo tipo. Pero no debemos quedarnos sólo en eso. Resulta clave también, si entendemos la prefiguración como un método de construcción política, la comunicación de estas experiencias. La apuesta por lograr que la novedad radical de su existencia llegue a la mayor cantidad de personas posible. Se trata de hacer, pero también de mostrar ese hacer. Mostrar que es posible. Mostrar lo que puede la organización social. El tipo de experiencias que funda la igualdad.

Y hay allí una dimensión clave en torno a la discusión sobre los modos de politización en el siglo XXI. Porque el método de la prefiguración asume que una batalla clave se juega –más allá de la disputa de sentido por el presente- en las expectativas de futuro. En las imágenes sociales de las formas deseables de sociedad, y en lo que las grandes mayorías consideran como el campo de posibilidades en un momento dado. Es allí que el hecho de mostrar que otras formas de gestión de la educación, de la salud, de la cultura, del consumo, de la producción o del conocimiento no sólo son posibles sino que ya existen a escala prefigurativa constituye una intervención clave. Se trata de disputarle al neoliberalismo (pero también, en cierto punto, a las formas tradicionales de la política) los límites y las formas del futuro: cómo queremos vivir, qué queremos ser como sociedad, qué tipo de ciudades queremos habitar, cómo queremos trabajar, educarnos, acceder a bienes y servicios, experimentar la cultura, etc., aparecen así como disputas clave en la configuración del presente.

Entonces autonomía, territorio y prefiguración integran una tríada que sirve para articular y nombrar, en términos teóricos, el recorrido de una secuencia de procesos militantes fuertemente arraigados en la materialidad. El saldo de una década de militancia que, en 2013, comenzaría un proceso de confluencia para dar lugar a Ciudad Futura como partido de movimiento.

 

Un partido de movimiento (2013-2015)

El interrogante sobre la política electoral reapareció entre fines de 2012 y principios de 2013 en más de una organización de la izquierda autónoma, popular o social surgida a partir de 2001. Fue en ese período que en Giros se asumiría esta pregunta como una discusión colectiva, que pronto encontraría en el Movimiento 26 de Junio un interlocutor fundamental.  Pero una organización política puede asumir su intervención en el plano electoral de muy diversas maneras. Intentaré aquí sistematizar la forma específica que adquirió este problema político para los movimientos que luego confluirían en Ciudad Futura.

¿Cómo abordar el terreno electoral desde organizaciones fuertemente ancladas en una militancia territorial autónoma y prefigurativa? La noción de “partido de movimiento” quizá pueda servir para entender algunas claves en ese proceso.

Lejos de pensar la constitución de un partido como un “salto a la política”, el punto de partida fue asumir la militancia territorial y el trabajo prefigurativo como prácticas profundamente políticas. Lo cual ponía en juego hasta qué punto 2001 fue un quiebre, incluso epistemológico, que permitió desmarcar la política de lo estatal. Y si bien es posible presuponer que el Estado casi siempre es un término de la política, una dimensión presente en casi toda situación política, identificar sin resto la práctica política con la práctica estatal resulta algo muy distinto.

Esta distinción entre lo político y lo estatal, consolidada por años de construcción colectiva como movimientos sociales, fue lo que permitió diferenciar a un partido de movimiento de un partido estatal. Pero también de un partido de mercado, como el PRO.

Los partidos de diverso tipo habilitan entonces a modalidades de ocupación del Estado igualmente diversas: si un partido de Estado busca ocupar estatalmente el Estado (es decir, desarrollar gobernabilidad y otorgar derechos) y un partido de mercado busca ocuparlo mercantilmente (es decir, convertirlo en un instrumento para el desarrollo de negocios), en el caso de un partido de movimiento hablaremos de ocupación política del Estado (es decir, ocupar el Estado para potenciar y multiplicar experiencias políticas prefigurativas que empiezan más acá y van más allá de lo estatal).

Entonces, la categoría de partido de movimiento y la hipótesis de la ocupación política del Estado sirvieron para articular objetivos muy precisos: en la etapa 2013-2015 Ciudad Futura se propone acceder a una banca en el Concejo Municipal para convertirla en expresión de la sociedad en movimiento. Para potenciar, desde esa banca –entendida como ocupación política de un espacio del Estado-, los proyectos prefigurativos propios y ajenos, la construcción de autonomía y organización social, las experiencias igualitarias.

En 2013, en la primera contienda electoral en la que participamos, logramos aproximarnos al objetivo. Pero en 2015 se produjo un salto no sólo cualitativo sino también cuantitativo. Casi 90.000 votos nos ubicaron como tercera fuerza electoral (a 7 puntos del oficialista FPCyS, a 4 del PRO y superando al FPV) y nos permitieron acceder no a una sino a tres bancas en el Concejo. Se producía así un desborde que implicaría también una ampliación de los objetivos y de la hipótesis política.

 

Disputar la ciudad (2015 a la actualidad)

La hipótesis política se relanzaba a una escala mayor. Ciudad Futura quedaba posicionada entre las principales fuerzas políticas locales y un escenario de disputa del ejecutivo municipal comenzaba a formar parte de un horizonte de mediano plazo.

Pero la lógica de movimiento implica situar las posibilidades electorales en el marco de procesos políticos que se jueguen a nivel territorial, en el plano de la construcción de formas de vida. Es por ello que el desafío tomó la forma de apuesta por el desarrollo de otro poder, de expansión e intensificación prefigurativa de las capacidades de gestión social a escala de la Ciudad y con capacidad de generar una alternativa a la gestión mercantil y la gestión estatal de lo común.

Es por ello que 2016 fue un año de consolidación de colectivos militantes territoriales en cada seccional de la ciudad, de desarrollo de un equipo político con capacidad de desplegar una labor legislativa de nuevo tipo –propia de un partido de movimiento-, y de profundización del trabajo cotidiano de los proyectos prefigurativos. Y 2017, año electoral, nos encontró inaugurando seis Centros de Distrito para la Ciudad Futura, uno en cada distrito de Rosario.

A la vez, se trató de las primeras elecciones en las que participamos luego de la victoria de Cambiemos en el balotaje de noviembre de 2015. Elecciones que afrontamos con la confirmación del escenario de retroceso que anticipábamos la victoria del proyecto neoliberal de Cambiemos iba a producir, análisis que nos llevó a intervenir activamente durante las semanas previas al balotaje con la campaña #NoMacriNo. En ese sentido, al elemento endógeno de la continuidad de la caída electoral del Partido Socialista (fuertemente erosionado luego de casi tres décadas de gobierno y más de una década de viraje neoliberal) se sumó la fuerte nacionalización de la elección (con Cambiemos disponiendo, por primera vez, de un potente arsenal de recursos estatales y mediáticos). Esta nacionalización, sin embargo, no configuró un escenario de polarización real; el socialismo simplemente continuó su sostenida decadencia electoral, y el peronismo local sólo logró aproximarse a su techo histórico, mientras que Cambiemos –a tono con los resultados que obtuvo en los principales aglomerados urbanos del país- duplicó su propio techo. En este contexto de clausura del sistema político local conseguimos sumar un nuevo concejal, que además implicó asumir una fuerte disputa cultural con la corporación política: se trataba de un concejal de los barrios, de un compañero que vivió toda su vida en zonas populares de la ciudad y sufrió en carne propia la desigualdad y la violencia que signan al modelo neoliberal de ciudad fragmentada que los poderes reales y el Estado municipal vienen construyendo al menos desde 2003.

En esa misma línea de buscar que las campañas produzcan no sólo resultados electorales sino también efectos políticos fue que decidimos participar de nuestra primera elección nacional con una lista 100% compuesta por mujeres candidatas a diputadas nacionales por la provincia de Santa Fe. Esta decisión implicó llevar los debates por la feminización de la política a rincones de la provincia donde jamás se habían planteado o eran muy incipientes.

Quizá en este punto sea importante retomar la premisa de leer los procesos más generales desde los propios territorios y considerar con ello la hipótesis de que el neoliberalismo es una entidad compleja, que no se circunscribe únicamente a un conjunto de políticas públicas a ejecutarse desde el Estado. Porque así como hay un neoliberalismo estatal, resultante de los modos mercantiles de ocupación del Estado, también existe un neoliberalismo cultural, un neoliberalismo mediático, un neoliberalismo a nivel de la producción de subjetividad, es decir, un neoliberalismo que construye formas de vida. Se puede pensar incluso en un neoliberalismo de la imaginación social, una gramática neoliberal que organiza formas de madurar proyectos de vida y de sociedad. Y es justamente en todos esos planos que una política de movimiento debe no sólo confrontarlo sino apuntar a superarlo, construyendo alternativas de vida más igualitarias y colectivas pero al mismo tiempo más deseables. Y cuando esas alternativas resultan prefigurativamente eficaces se debe a que encuentran arraigo concreto en el territorio. Es decir, en los lugares en los que tiene lugar la trama de la vida social.

Las victorias electorales podrán luego consolidar, expandir e incluso masificar dichas prefiguraciones. Pero sin punto de apoyo político, esto es, territorial, ninguna victoria electoral podrá trascender los límites de la gestión estatal.

Es por ello que autonomía, territorio, prefiguración, partido de movimiento y disputa por la ciudad  pueden ser entendidas no sólo como un conjunto de herramientas conceptuales dispersas sino como una secuencia de marcas que señalan los avances de un modo de construcción política singular, que no surgió de ningún manual sino que fue resultado de la invención colectiva.

Cada noción intensifica y presupone a la anterior. De la autonomía como principio a la militancia en el territorio. De la militancia en el territorio a la prefiguración como método. Del método de la prefiguración a la construcción de un partido de movimiento. De la construcción de un partido de movimiento a la disputa por la ciudad futura.

Y es esta instancia de disputa por la ciudad la que hoy tenemos que contextualizar en el marco de retroceso general que implica que un partido de mercado como Cambiemos ocupe el Estado Nacional. Se trata de una coyuntura que reclama una inteligencia colectiva muy activa que pueda ir articulando dinámicamente el balance más eficaz entre la participación en instancias generalizadas de resistencia social –que se propongan limitar o bloquear algunos de los múltiples retrocesos planteados por Cambiemos en las más diversas esferas de la vida social (economía, trabajo, cultura, educación, salud, derechos humanos, etc.)- con la consolidación de los proyectos prefigurativos en curso y la producción de nuevos avances singulares, avances que aun en contextos de retroceso como el actual resultan en ocasiones posibles.

Probablemente esa dimensión, la de la producción de nuevos avances, sea la de mayor importancia estratégica y también la más difícil de llevar adelante en este momento. Pero la tarea no debe ser perdida de vista, ya que son esos avances los puntos de apoyo materiales esenciales para la consolidación de un horizonte de futuro alternativo al propuesto por el neoliberalismo. Un horizonte de futuro con posibilidades reales de ser asumido, apropiado y reelaborado por una nueva mayoría social.

 

Rosario, Diciembre de 2017

 

Esta entrada tiene 4 comentarios

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