[Por Leandro Morgenfeld *] [2]
La reciente vuelta de Argentina a tomar deuda con el FMI no fue producto de una coyuntura económica internacional adversa o de alguna circunstancia inexplicable, sino que es absolutamente consustancial con la política exterior diseñada por Macri y sus asesores.
En abril de 2015, meses antes de las elecciones presidenciales que marcarían el ascenso al poder de la Alianza Cambiemos, se hizo público el documento “Reflexiones sobre los desafíos externos de la Argentina: Seremos afuera lo que seamos dentro”, del autodenominado Grupo Consenso, integrado por referentes de la oposición al kirchnerismo, que planteaba cuáles eran los desafíos, en materia política exterior, que debía abordar quien sucediera a Cristina Fernández[3].
Lo más llamativo del texto son algunas omisiones fundamentales para comprender la última década. Por ejemplo, no da cuenta del “No al ALCA” en Mar del Plata (2005), que permitió la aparición posterior de nuevas instancias de integración (ALBA) y de coordinación y cooperación política (UNASUR y CELAC) en América Latina y el Caribe. Ninguna de estas instituciones es siquiera mencionada, lo que muestra el desdén hacia la región. ¿Se puede escribir un documento con tamañas pretensiones y no mencionar a la unión de 33 países de América Latina y el Caribe, que ha tomado forma bajo la CELAC? ¿Se puede mencionar a la ONU como foro privilegiado en la escena internacional -como se hace en reiterados pasajes- sin mencionar al G77+China (integrado por 134 países), el principal bloque dentro de esta organización, donde precisamente la Argentina participaba con gran peso junto al resto de la región? Justamente Macri, desde que asumió, decidió ningunear estas organizaciones alternativas, y privilegiar otras, como el Foro Económico de Davos (al que asistió personalmente en enero de 2016 –y repitió este año-) o la OEA (a la que reivindicó con Obama, en la declaración conjunta firmada durante su visita).
El documento del Grupo Consenso pedía “insertar adecuadamente” a la Argentina en el mundo, que el país se transformara en un actor global “responsable”, partiendo de nuestra “identidad occidental” y defendiendo las “instituciones republicanas, la división de poderes, la libertad de expresión, los derechos humanos y las garantías individuales”. Llamaba a consolidar los valores de una “sociedad abierta, moderna y respetuosa del ordenamiento internacional”. En síntesis, había que volver a ser un país “normal” y “serio”, como venían proclamando muchos de los firmantes en los últimos años. O sea, asumir nuestra condición periférica y evitar cuestionar el rol de gendarme global que hace décadas ejerce Estados Unidos, con Europa y Japón como socios.
En ese texto se planteaba, además, la necesidad de establecer una “adecuada convergencia entre el Mercosur atlántico y la promisoria Alianza del Pacífico”, pero sin dar cuenta de que, precisamente, esta última -impulsada por México, Colombia, Perú y Chile, que firmaron Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos tras la derrota del ALCA- era una herramienta para intentar una restauración conservadora e imponer una agenda neoliberal.
Además, bajo la idea de “fortalecer nuestras tradicionales relaciones con Europa y EEUU”, se pedía al futuro gobierno encarar una política exterior diferente a la kirchnerista, que precisamente se había caracterizado por estrechar acuerdos con los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-, sin dejar de lado históricas relaciones del país. En definitiva, se demandaba una “apertura” del Mercosur, orientada a la Unión Europea y Estados Unidos, una idea sobre la cual las derechas latinoamericanas venían trabajando con fuerza en los últimos años.
El documento resaltaba como positiva la especialización en la producción de alimentos y energía, alentando un esquema reprimarizador y extractivista que genera exclusión y destruye el medio ambiente, permitiendo ganancias extraordinarias para un núcleo reducido de la clase dominante -y los grandes capitales externos con los que se asocia- y una escasa diversificación productiva. Retomando la agenda de Estados Unidos, señalaba que los principales enemigos a escala global eran el terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado. No decía nada de cómo esas “amenazas” se utilizaron para dar sustento a invasiones militares unilaterales, violar el derecho internacional o instrumentar campañas de desestabilización de gobiernos adversarios de Estados Unidos.
El consenso que promovían, por los dichos y las omisiones mencionadas, parecía más cercano al “Consenso de Washington” de los años noventa, cuando la política económica de buena parte de los países no centrales estaba fuertemente condicionada por los organismos multilaterales de crédito, al calor de una indiscutible hegemonía estadounidense a nivel mundial. Con cierta nostalgia de las relaciones carnales que primaron en aquella década, aunque utilizando un lenguaje aggiornado, los firmantes de este documento –entre los que se destacan el actual canciller, Faurie, y quien es indicado como el “canciller en las sombras”, Pompeo- apuntaban a una restauración conservadora en la política exterior argentina e impulsan la vuelta a una inserción internacional dependiente.
La primera canciller de Macri, Susana Malcorra señaló, en diciembre de 2015, que desplegarían una política exterior desideologizada, cuyo objetivo era la atracción de capitales, la toma de préstamos y la apertura de nuevos mercados para los exportadores. Desde que asumió, Macri no ahorró señales hacia el gran capital financiero, pero sobre todo hacia Estados Unidos.
Desde su concepción liberal, la vía elegida para dar seguridad jurídica a los inversores externos era avanzar hacia la firma de Tratados de Libre Comercio (TLC). Desde enero de 2016, el líder del PRO puso en marcha la nueva orientación de la política exterior: viajó a Davos, se reunió con líderes europeos y recibió a Obama. En julio visitó Chile para participar por primera vez de la cumbre presidencial de la Alianza del Pacífico, donde insistió en que el Mercosur estaba congelado y debía sellar un tratado comercial con ese bloque; luego voló a Francia, Bélgica y Alemania, para relanzar las negociaciones de un “acuerdo de asociación” con la Unión Europea; y culminó su periplo en Estados Unidos, para reunirse con los CEOs de empresas de telecomunicaciones y servicios. “Argentina volvió al mundo”, declaró en París y repitió en Berlín, eufórico, ante empresarios teutones[4].
Hasta ahora, Macri puede mostrar pocos éxitos en cuanto a su política exterior, más allá del discurso auto-celebratorio, acompañado por los principales medios de comunicación. Asume acríticamente la agenda que las corporaciones en ámbitos como la OMC, evita articular una política común con los demás países latinoamericanos -incluso en diciembre filtró a la prensa la voluntad de abandonar la UNASUR, paso que se concretó, con otros gobiernos derechistas, en abril, justo cuando la presidencia pro témpore recayó en Bolivia-, promueve una apertura comercial que estimula la desindustrialización local y alienta acuerdos de libre comercio, que profundizarían los desequilibrios. En enero viajó una vez más al Foro Económico de Davos, como en 2016.
Pese a las claras señales, Macri insiste en el rumbo. Hasta el propio Sergio Berensztein, quien ponderaba positivamente la política exterior de Cambiemos, reconoce que hay un claro desfase temporal entre la estrategia internacional de Macri y el escenario actual[5]. Como señala Tokatlian, “el Gobierno debería plantearse su fe en la globalización tal como la concibe. Aquello que el Gobierno tenía como líneas directrices entra en entredicho en la medida en que sus objetivos no se realizan. Sin embargo, se sigue insistiendo en una visión plena de la globalización, en la presunción de que el libre comercio es la solución y en una expectativa de que en algún momento vendrán los capitales. Lo cierto es que los que están más interesados en hacer inversiones son países no europeos, como China y Rusia; además, el proteccionismo no es una cuestión que se pueda resolver inmediatamente. La Argentina debería tener una política mucho más diversificada, que vaya más allá de Occidente. No veo que eso esté en la agenda”[6].
Desde hace un año, cuando Jorge Faurie reemplazó a Malcorra al frente de la Cancillería, se acentuó lo que el citado analista denomina el unilateralismo periférico concesivo, o sea la realización de concesiones a Estados Unidos para salvaguardar los intereses propios. Del pragmatismo inicial se habría pasado a una sobreactuación del alineamiento con Washington, más ideológica y menos cautelosa. En las votaciones en la ONU, la coincidencia aumentó significativamente[7].
Posiciones como las de Macri son un peligro para desarrollar una perspectiva de integración latinoamericana más autónoma. Parecían haberse consolidado en los últimos meses, pero ahora enfrentan serios desafíos internos y también externos. El reciente triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México, quebrando la hegemonía del PRI y el PAN, parece ser una muestra de ello. En el caso de Argentina, hubo una mega devaluación de más del 50% de su moneda en el primer semestre de 2018, lo cual volvió a disparar la inflación, provocó una recaída en la recesión y llevó al gobierno de Macri, después de 12 años, a volver a negociar un acuerdo stand by con el FMI, con el cual tomó una deuda récord de más de 50.000 millones de dólares.
Sin embargo, la situación difiere de la de finales de los años noventa, en tanto hay una clara memoria histórica de la crisis que se desató en diciembre de 2001 por aplicar las recetas del FMI. Todas las encuestas registran un rechazo mayoritario al acuerdo con el Fondo, lo cual se expresó en las calles masivamente, por ejemplo, el pasado 9 de julio. El 21 y 22 de julio llegará al país la directora del organismo, Christine Lagarde, para participar de la Tercera reunión de ministros de Finanzas y presidentes de Bancos Centrales en el contexto del G20, en el Centro de Exposiciones y Convenciones de la Ciudad. Pocas horas antes, el sábado 21, desde las 12hs, habrá una enorme movilización con la consigna “Nunca Más FMI, Deuda fraudulenta y G20!”. La política exterior y la inserción internacional, está visto, no se define solamente dentro del palacio. Las calles también cuentan.
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[*] Doctor en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Profesor de la misma universidad e Investigador Adjunto del CONICET. Co-Coordinador del Grupo CLACSO “Estudios sobre EEUU”. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas; de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos, de Bienvenido Mr. President y del sitio www.vecinosenconflicto.com
[2] Artículo publicado originalmente en Filo Debate.
[3] Entre los firmantes del primer documento, se distinguen referentes y asesores en materia internacional del PRO –Fulvio Pompeo, Diego Guelar y el hoy canciller Jorge Faurie-, la UCR -Jesús Rodríguez y Mario Verón Guerra-, el Frente Renovador -Andrés Cisneros- y el Peronimo Federal -Juan Pablo Lohlé-. Adhirieron, además, políticos como Alfredo Atanasof y Alieto Guadagni, académicos como Roberto Russell y hasta el cuestionado dueño del periódico La Nueva Provincia, Vicente Massot –y tío de Nicolás Massot, actual jefe del bloque del PRO en la Cámara de Diputados-. Asistieron a la presentación el ex presidente Fernando De la Rúa (quien fue canciller en su gobierno, Adalberto Rodríguez Giavarini, ofició como presentador del grupo) y el gobernador de Córdoba y precandidato presidencial, José Manuel De la Sota. Puede consultarse completo en <http://www.cari.org.ar/pdf/documento_grupoconsenso.pdf>.
[4] La Capital 2016 (La Plata) 7 de julio.
[5] La Nación 2018 (Buenos Aires) 17 de junio.
[6] La Nación 2018 (Buenos Aires) 17 de junio.
[7] Tokatlian, Juan Gabriel 2018 “Argentina cortejando a Washington” en Clarín (Buenos Aires) 4 de junio.
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