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¿Es posible representar políticamente a la unidad de las calles?

Por Alejandro Grimson

Creo que estamos en una coyuntura especialmente extraña para definir qué hacer. No porque resulte difícil precisar qué deberían hacer todos los sectores que se oponen al macrismo y a sus políticas. En realidad, el qué hacer aparece muy claro en un plano teórico, de definiciones, y al mismo tiempo se presenta como algo impracticable. Y es que el qué hacer, en una dimensión, lo han respondido las calles con el ciclo de movilización y protesta que se abrió a principios de 2016.

La sociedad argentina ha estado intensamente movilizada. Centenares de miles participaron en movilizaciones muy distintas. Las movilizaciones de la CGT y de las CTA. Las movilizaciones de las organizaciones sociales. Las movilizaciones vinculadas a derechos humanos, incluyendo los 24, contra el 2×1, los reclamos por Santiago Maldonado. Las movilizaciones de NiUnaMenos y el paro de Mujeres. La Marcha Federal, la movilización universitaria, de científicos o de secundarios. Las protestas contra los tarifazos, los frutazos y la creciente movilización de los pueblos originarios.

Quien haya ido a una sola de esas protestas sabe de su composición políticamente heterogénea. Hubo kirchneristas y antikirchneristas, estuvo la izquierda partidaria, peronistas de diferentes vertientes y una multiplicidad de organizaciones. Entonces, la calle tiene dos rasgos: heterogeneidad de demandas (salarios, política social, derechos humanos, derechos de las mujeres, contra el ajuste, etc) y heterogeneidad política en cada una de esas protestas.
En todas las movilizaciones más multitudinarias convergieron sectores sociales que hace dos años tenían posiciones políticas opuestas y que actuaron de modo unitario ante el avance neoliberal. Esto significa que la movilización popular contra las políticas gubernamentales implica una confluencia de diferentes vertientes sociales y políticas en defensa de derechos ya conquistados y por el reclamo de nuevos.

Todos los sectores partidarios que participan de estas movilizaciones aspiran a representar en el plano político estas demandas y esta movilización. Unos se ilusionan con que el pueblo compare la actualidad con la situación anterior y quiera “volver”. Otros con ser los “luchadores más consecuentes”. Y así sucesivamente. Pero ninguno consigue representar en el plano político ese diverso rechazo social.

Ningún sector tiene la capacidad de llenar por sí mismo ese vacío de representación. Y por ahora todos continúan actuando como tales, es decir, como una parte. Con bastante rapidez articularon partes diversas para salir a las calles. Pero existe una dificultad inmensa para traducir esa articulación en un frente político en el cual nadie tendría asegurado de antemano el protagonismo.

En ese sentido, el problema es que, para postular una representación política contra el neoliberalismo, deberíamos apuntar a una confluencia por los derechos; pero los principales actores apuestan a una política de identidad. A construir, en lugar de una confluencia, una fuerte frontera con los otros sectores que participan de las protestas. Y una frontera de identidades es exactamente lo contrario a una confluencia por derechos.

Parece que no toman nota de que vivimos una etapa defensiva. Y que se apresuran a ser los protagonistas de una nueva ofensiva. Pero justamente ese error puede tornar más larga y dramática la situación actual. Porque existe el riesgo cierto de que la actual derrota política devenga en una derrota histórica. Y hay políticas sectarias y de autoproclamación que pueden, sin quererlo, contribuir a ese objetivo del macrismo.

 

Logros y límites

La heterogénea y fragmentada oposición al macrismo incluye al kirchnerismo, a la izquierda partidaria, a múltiples organizaciones sociales y políticas, y a un peronismo de gestión.

El kirchnerismo, más allá del balance que se haga de los 12 años, es la corriente política más numerosa en la oposición a las políticas neoliberales. En la coyuntura actual no hay chances de derrotar al macrismo sin la participación del kirchnerismo. Sin embargo, tampoco hay posibilidad alguna de hacerlo en función de la propuesta kirchnerista de construir el frente más amplio posible donde sus líderes se reservan la conducción del mismo. Porque el resultado es que los actores con fuerte peso propio no están dispuestos a ir detrás. Más bien esa posición ha contribuido a acentuar la fragmentación.

Por eso, uno de los laberintos se sintetiza en el problema de que sin Cristina es imposible derrotar al macrismo y con Cristina también es imposible. No reconocer el peso político y electoral que tiene Cristina es temerario. Al mismo tiempo, plantear la unidad en torno a su figura es una quimera. Esta paradoja define la situación actual.

¿Cuál es el papel de la izquierda tradicional? Sin dudas, el FIT ha sido uno de los fenómenos más dinámicos, con un crecimiento en militancia y en su desempeño electoral. Además, ha logrado potenciar figuras con cierto carisma que cruzan sus fronteras políticas. Y ha revisado algunas cuestiones tradicionales, generando innovaciones como La Izquierda Diario. Sin embargo, hay problemas muy serios en sus concepciones políticas que tornan inviable por ahora cualquier unidad. El trotskismo argentino tiene una muy extensa tradición. Y sin embargo nunca ha analizado si sus propias políticas han incidido en su incapacidad para dejar de ser una minoría en bastante más de medio siglo. Básicamente, la apuesta es a que un día los trabajadores argentinos escojan una dirección política trotskista.

Entonces, se trata de mantener su absoluta independencia política, lo cual supone colocar su anticapitalismo como antídoto de cualquier unidad con sectores no clasistas. Salvo que haya una fuerte presión social por la que puedan perder todo lo que han avanzado, es improbable que se asuma el desafío de la hora, en el sentido de ir a una confluencia diversa. En la disyuntiva, preferirán preservar su identidad pura y no “arriesgarse” a la “contaminación”. Aunque el que no arriesga no gana.

Si consideramos otras fuerzas y otros referentes, sean de izquierda o del progresismo devenido antikirchnerista, veremos que se repite el modelo de vocación de protagonismo (que no se concreta) en contra de la vocación de mayorías (que es imposible con tanta disputa por el protagonismo). Ese problema constituye una fuerza decisiva en la fragmentación de la oposición y en su carácter minoritario.

La única unidad posible es en torno a las demandas populares que ya mencionamos y su derivación en un programa claro y breve. ¿Es completamente imposible? Allí están los casos del movimiento sindical santafesino, donde todas las corrientes quedaron adentro, o el reciente encuentro de Luján que derivó en la movilización contra la reforma laboral y previsional del 29 de noviembre. Todo lo dicho anteriormente se aplica para estos casos. Están las diversas corrientes políticas, pero no hay representación política de esas demandas.

Las organizaciones sociales de diverso tipo han sido las que más han contribuido a la unidad de acción, en el sentido de haber colocado sus demandas por encima de las divisiones identitarias. Sin embargo, hasta ahora no han podido, no han sabido o no han querido proyectar esa confluencia en la acción hacia el plano de la representación política. O bien por sus fidelidades previas, o bien porque suponen que ese problema se resolverá de otra manera.

Sin embargo, parece imposible imaginar el surgimiento de un fenómeno político con capacidad de enfrentar al macrismo que no incorpore en lugares protagónicos a nuevos y antiguos referentes sociales de las diversas demandas de estos años. Lo que sucede es que hasta ahora no ha madurado un lenguaje nuevo para enunciar una alternativa.
Aún estamos en una etapa marcada por la noción de oposición, donde el debate es cómo oponerse y quién es la oposición más potente o consecuente. Pero hay todo un sector de la sociedad que no podrá ser interpelado desde ese lugar, sino a partir de la construcción de una alternativa política popular, con un programa de gobierno que sea percibido como preferible y factible.

Mientras eso no suceda, crece un problema y un riesgo. La fragmentación de la oposición es una fuente de potencia política para el gobierno, que avanza con leyes que incrementan la exclusión, la desigualdad y las políticas represivas. Cuanto peor, peor. El gobierno sabe que para poder avanzar con la totalidad de su plan necesita consumar no sólo una derrota electoral, sino una derrota social. Derrotas de la movilización social, comparables a las de ferroviarios y telefónicos de inicios de los noventa. Derrotas que serían fuentes de “estabilización” del modelo neoliberal.
¿Puede Cristina ser protagonista de la construcción de una unidad de la cual no sea la protagonista? ¿Puede el FIT modificar sus apuestas políticas? ¿Pueden los sectores antikirchneristas y antimacristas asumir que hay un cambio cualitativo en contra de los derechos desde la asunción de Macri? ¿Pueden los referentes sociales apostar a traducir a la representación política sus avances frentistas en la lucha social?

No lo sabemos. Mientras tanto, hay varias tareas políticas urgentes. La primera es multiplicar en cada territorio y espacio de trabajo, en cada universidad y en cada lucha, no sólo la unidad de acción, sino mesas de trabajo más institucionalizadas donde se pueda discutir y acordar una unidad táctica, estratégica y programática. Eso parte de una cuestión básica: los modelos económicos no se “caen solos”. Incluso si las políticas económicas actuales terminaran exclusivamente por factores económicos llevando a una crisis (por ejemplo, por el endeudamiento), nadie podría asegurar cómo terminaría esa crisis, ya que su resolución siempre va a depender de relaciones de fuerzas sociales y políticas. Descartada cualquier hipótesis economicista, el desafío es dejar de debatir por pequeñas palabras, dejar de hacer política de “diferenciación” o de imposición, política de codazos de quién lleva el cartel más grande, y asumir que el gran desafío es construir una alternativa política al macrismo.

Por eso, impulsar, organizar e institucionalizar la unidad por abajo es el paso necesario para posteriormente coordinar entre diferentes ámbitos. Así se logrará que la unidad heterogénea vaya ascendiendo a marcos más amplios, generando nuevos referentes políticos y ejerciendo una presión creciente sobre los referentes ya existentes.
Lo más probable es que, por todo lo dicho, lleve varios años construir una articulación realmente alternativa con capacidad transformadora. No sólo va a depender de los éxitos políticos, o no, que tenga el gobierno. También va a depender de la capacidad de articulación de tal alternativa. Como nada dura para siempre, si no surge una política kirchnerista y/o de la izquierda con vocación de mayoría, el proceso histórico decantará en una nueva amalgama con retazos grandes o pequeños de kirchnerismos, izquierdas, peronismos y organizaciones sociales. Con partes de la historia y parte de los nuevos fenómenos que han surgido y de otros que aún no conocemos, el ciclo macrista deberá enfrentarse en algún momento a una alternativa política popular.

No podemos darnos el lujo de hacer los esfuerzos unitarios y de construcción sin tomarnos el tiempo para poder comprender algunas de las razones más profundas que llevaron a las derrotas recientes ante proyectos neoliberales. Estamos atravesando una etapa de indigencia teórica y política de las fuerzas populares y transformadoras. La necesidad de múltiples aportes que contribuyan a conceptualizar mejor el momento histórico y las estrategias políticas no puede ser, como tantas veces, postergada.

 

Algunos puntos para el debate conceptual

Debemos asumir que hace varias décadas las fuerzas populares y transformadores sufren una gran debilidad teórica y política. Cuando asumieron los gobiernos del llamado “giro a la izquierda” no había modelos a seguir, ni teorías económicas o políticas sólidas, ni siquiera utopías claras. La frase de Jamenson acerca de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo debe tomarse muy en serio. Ante las crisis del capitalismo financiero hay procesos de giro a la derecha y de polarización en varios países, pero son excepcionales las construcciones de alternativas políticas con capacidad de construcción hegemónica y vocación de mayoría.

Un breve repaso por las experiencias sudamericanas permite al menos señalar un listado de debates necesarios para la construcción política futura:

  1. Es tan necesario construir y reconstruir utopías emancipatorias como generar políticas económicas viables y sostenibles en el tiempo que modifiquen en el mediano plazo las estructuras productivas, la distribución del ingreso y la riqueza, la relación con los recursos naturales, la jerarquización de los bienes públicos por sobre el impulso al consumo. Según nuestra lectura, no está planteado en la coyuntura la posibilidad de terminar con el capitalismo, pero sí debe asumirse la posibilidad real de construir modelos económicos que avancen en fuertes reformas sociales apuntando a una creciente igualdad en cada sociedad y entre las sociedades.
  2. No existe un sujeto social del cambio que deba tener una expresión política. No hay un “proletariado” objetivo a la espera de la conciencia de clase, no hay un pueblo uniforme. Al comprender las heterogeneidades de los trabajadores y de los sectores populares, se podrá entender que una fuerza política transformadora deberá respetar esas diversidades y articularlas.
  3. A esto se agrega la complejidad de que en Argentina y en otros países, la mayoría de la población se considera a sí misma como parte de la clase media o clase media baja. Esto implica que las fuerzas transformadoras sólo tienen vocación de mayoría si pretenden representar a los sectores excluidos, a los trabajadores y a las clases medias. Una parte significativa de los trabajadores argentinos se considera hoy de clase media, con un significado muy distinto al de las teorías marxistas o sociológicas clásicas. En su lenguaje, “clase media” se asemeja más a “no ser el último orejón del tarro”, a no estar excluido, y a su vocación de estar integrado socialmente.
  4. Una política transformadora y popular no se hace desde el dogmatismo, sino en el diálogo entre las utopías emancipatorias y los deseos concretos de la mayoría de la sociedad. No se trata de adaptarse en cada momento a los “humores” de la sociedad. Pero no es posible construir hegemonía sin dialogar con esas sensaciones, creencias, deseos y lenguajes.
  5. Toda política tiene una dimensión simbólica y relacional constitutiva. Los actores sociales y políticos, sus demandas y discursos, adquieren significados complejos y en permanente disputa. Si el kirchnerismo buscó reducir esa complejidad a partir de la dicotomía con el 2001, el neoliberalismo, la sociedad rural y la dictadura, el macrismo busca reducirla en su dicotomía con el kirchnerismo. El proceso de estigmatización actual es muy simple: todo opositor es considerado kirchnerista y todo kirchnerista es considerado corrupto. Por razones éticas y políticas, ambas operaciones deben ser deconstruidas.
  6. Una mirada reflexiva acerca de cómo el gobierno actual propone la dicotomía implica reponer aquello que el gobierno busca anular: la gran heterogeneidad política y social de la oposición. Eso no puede implicar la no reivindicación de los logros de derechos de aquellos 12 años, como tampoco de épocas anteriores. Tampoco se puede aceptar que reivindicar los logros reales implique mecánicamente suscribir una identidad política. El primer cambio positivo que habrá en el escenario político será cuando se encuentre un nuevo lenguaje que incorpore toda la heterogeneidad para expresar la polarización.
  7. Hay un problema de liderazgos y de construcción de la fuerza política. Existe una tensión entre las necesidades propias de las formas políticas en las cuales es necesario contar con líderes muy específicos que permitan articular los procesos políticos y el hecho de que son necesarias fuerzas políticas más colectivas y más democráticas para generar sostenibilidad en el tiempo.
  8. Otro problema es cómo se ha concebido la “batalla cultural”, que se instrumentalizó como lucha entre identidades políticas, cuando en realidad se refiere a luchas por el sentido común. La lucha por valores e instituciones más igualitarias y democráticas es incompatible con la defensa de un “nosotros” donde todos y cada uno y cada acción debe ser defendida, incluso si resulta obvio que se da de bruces con valores que se pretenden instituir. En esos casos siempre se opta, y la batalla cultural a veces es incompatible con la batalla identitaria.
  9. La política es dinámica por definición. Si las acciones de gobierno generan empleo y reducen el desempleo, o todas las acciones análogas que se quieran mencionar, no hay que esperar un agradecimiento eterno de las grandes mayorías, sino el desplazamiento de las demandas sociales hacia nuevos temas y agendas. Por ejemplo, pueden crecer demandas sobre transporte público, seguridad y contra la corrupción. Cuando se cambie una realidad, también es necesario cambiar la forma y la estrategia política, al menos si se pretende que la sintonía política con las grandes mayorías se sostenga en el tiempo.
  10. Las concepciones de la política deben escoger entre dejar testimonio histórico a partir de las derrotas o a partir de construir cambios sociales reales. Para el primer caso, el debate conceptual es bastante irrelevante, porque las certezas ideológicas vienen desde el fondo de la historia y se trata de sostener en alto las banderas en todas las situaciones. En el segundo caso, se acepta que las sociedades son cambiantes, que las grandes mayorías necesitan y quieren vivir mejor, pero justamente por eso no quieren vivir todo el tiempo en confrontaciones políticas, y mucho menos si estas no resultan eficaces. No se trata de combatir al mundo, sino de transformarlo.

Atreverse a hacerse estas y otras preguntas, a asumir estos y otros debates, a adoptar nuevos símbolos y lenguajes que acompañen nuestras diversas tradiciones, implica una cierta revolución de algunas formas de pensar y actuar muy arraigadas en las fuerzas políticas. Cuidado, no sea que nuestra propia cultura se erija como un obstáculo eficaz entre nuestros sueños y los de las grandes mayorías. La política transformadora siempre depende de factores objetivos, de la situación económica, de las fuerzas hegemónicas. Pero también depende en parte de la propia subjetividad, de las propias concepciones, de los propios hábitos. Ni lo objetivo ni lo subjetivo son sencillos de modificar. Pero en alguna parte comienza nuestro quehacer.

Esta entrada tiene 5 comentarios

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