Por Diana Broggi y Mariel Martínez
El viernes empezamos el viaje. Y en el viaje escribimos. En viaje ordenando rondas de mate, aprendiendo el cancionero, anticipando los espacios políticos que vamos a construir, los talleres en los que vamos a participar, las compañeras que hace tanto no vemos y que vamos a poder abrazar después de un año de extrañarlas.
El encuentro empieza acá, en este viaje en el que anotamos en un cuadernito rayado líneas interrumpidas por las sonrisas, los chistes, las voces de nuestras hermanas. Qué feminista hay que no sepa lo que es pensar en viaje. Revisar la historia propia mientras se camina, porque no hay tregua en esta ruta. Nuestro feminismo va. Se mueve. Es peregrino constante hacia el armado de otro mundo. Es una procesión de fiesta en la construcción de otro futuro.
Las huellas
Las compañeras que viajan en los asientos de adelante charlan. Recuerdan el calor que hizo en el encuentro de Misiones, lo difícil que fue llegar a Chaco, el cantito que aprendimos en Salta y que no se nos fue más de la voz: “poder, poder, poder popular, luchar con las compañeras le gusta usted”. No se imaginaban, dicen, que los versos finales iban a transformarse en bandera del feminismo: “abajo el patriarcado se a caer, se va a caer / arriba el feminismo que va a vencer”.
Porque, claro, esto recién no empieza. En nuestro país el feminismo tiene, desde hace 33 años, un proceso subjetivante particular: el encuentro como clave identitaria para pensarse una, para pensarse muchas. Como territorio configurador de luchas: la campaña por la legalización del aborto -entre otras campañas-, las conquistas en derechos a identidades disidentes, los avances en el terreno de educación sexual; lugares que en el encuentro se supieron construir.
Mientras viajamos, reconstruimos y repensamos. El encuentro es una experiencia inédita. No hay otra así en el mundo y recién en estos últimos años los medios hegemónicos -post movilizaciones Ni Una Menos- se hacen eco (aunque la mayor parte de las veces es un eco destructor, cizañero) de algo de lo que pasa acá.
Ponemos en común, afinamos. Decimos: hay tres características centrales de los encuentros que hacen a su relevancia: el carácter federal que permite expresar la realidad compleja de los distintos territorios de nuestra argentina; la composición social que presenta, con sectores muy heterogéneos que participan año a año para compartir experiencias de organización popular; la diversidad de generaciones que participan permitiendo cruzar miradas entre las que siguen yendo desde los primeros encuentros hasta las que hoy se
suman desde el feminismo.
En esto radica algo de su potencialidad, decimos. O no. O no sólo. O qué tiene el encuentro que luchar con las compañeras le gusta usted, le gusta a usted.
Los pies
Cada tanto paramos. Volver a poner los pies sobre la tierra da alivio. En una estación de servicio de Bahía Blanca hacemos ronda, nos conocemos y conocemos el territorio al que vamos: la Patagonia. El sur de nuestro país, que ha sido nombrado “desierto” en nombre de un estado tan civilizado como asesino. La Patagonia, nombrada propia por los Benetton, por los Menéndez, por los Walbrook. El lugar en el que hace un año buscábamos a Santiago Maldonado. Vamos a Trelew, un lugar de luchas, resistencias y también de masacres.
Somos muchas en la parada. Fila en el baño, mujeres comiendo sentadas en el piso. Ya no nos asombra esta hermosa masividad. Después de las movilizaciones masivas que empezaron en 2015, las compañeras se nos duplicaron. Ahora casi nunca bajamos de 50 mil.
Y este año el crecimiento se nota. La lucha enorme que las mujeres dimos por el derecho al aborto legal seguro y gratuito nos trajo más compañeras, como cada debate que damos en la misma clave: haciéndonos a todas protagonistas. De los encuentros aprendimos también eso: los debates se dan en nosotras, entre nosotras, en las rondas de los talleres, entre paso y paso de calle.
Y pensamos también: este año, un mes antes de que el G20 Woman venga a representar, justo en nuestro país, una construcción de mujer que reconocemos del otro lado del feminismo, del lado del enemigo, del lado de les que hacen del mundo un lugar hostil, injusto, perverso. No en nuestro nombre, decimos. Nosotras somos la promesa de otro mundo. Nosotras, revolución.
El camino
Encontrarse en Trelew es disponerse a ser atravesada por el hoy pero también anticipar lo próximo. Manija, decimos a cada rato. Que no es solo las ganas de más. Es la ganas de siempre. De que el camino se bifurque, nos pierda, nos haga seguir en movimiento.
Somos más de 60 mil haciéndonos preguntas. Hace muy poquito se sumó el taller de activismo gordx, que continúa siendo masivo y este año se abrieron dos más: Mujer y futbol y Mujeres por la libre determinación de los pueblos. Contamos setenta y tres. ¿Cuántos habrá el año que viene?, pregunta una compañera. La pregunta nos hace sonreír. El encuentro es también crecer, cambiar, dejarse interpelar por este mundo. Y eso es bello. Dejarse atravesar por preguntas es bello.
Este año, los debates alrededor del nombre cruzan el espacio. Si debiera llamarse plurinacional, si debieran incorporarse más identidades -que de hecho son parte del encuentro- además de las mujeres. Debates que se dan en donde pueden, en donde deben darse. Las rondas de talleres, los espacios de preguntas entre sororas desconocidas. Porque para nosotras, esta es una política: como escribir, vivir es arder en preguntas.
Nos vamos. Tenemos que volver a la plaza, a los talleres, a preparar una marcha masiva. Tipeamos esto en la casa de la colo, una vecina de un barrio de Chubut que no nos conoce pero nos abre la puerta, la compu, un mate. Y nos pregunta. Y le preguntamos. Y nos sonreímos con sonrisa feminista que es un poco así, sin tiempo pero con lugar, con dudas pero también con certezas, con una intimidad que permite el reconocerse en la misma ruta, en el mismo viaje.
Sostenidas por el mismo camino.
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